Capítulo 28

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El día siguiente Ethan volvió a llamar a la persiana y me desperté al instante. No sabía si quería seguir con eso. No lo tenía claro. Estábamos jugando al gato y al ratón constantemente y parecía que el juego nunca terminaba.

–¡Despierta! –gritó desde afuera dando golpes para no poder volver a dormirme. Subí la persiana y le dije que iba a desayunar, que me esperara fuera como el día anterior.

–¿Estás cansada? –preguntó al verme andar como un zombi sin ganas.

–Bueno, es lo que tiene despertarse a las seis de la mañana –respondí.

–Si te durmieras antes quizá no tendrías ese problema.

–Ya –pero no le dije que la mayor parte de la tarde y la noche anterior había estado pensando en nosotros. O bueno, en lo que no éramos, mejor dicho.

Comenzamos con estiramientos y después sacó la esterilla para practicar los movimientos que ya sabía del día anterior.

–Muy bien, ya casi no tengo que dejarme ganar, eres tú la que me tira –se burló. Rodé los ojos y le tiré de nuevo, colocándome encima de él.

–Aprendo rápido –me levanté y me crucé de brazos, esperando que él también lo hiciera para seguir enseñándome nuevas técnicas.

–Vale, vamos a practicar un poco los golpes, que en eso flaqueas más.

Y así estuvimos un largo rato; yo intentando asestarle puñetazos y él esquivándolos y llevándome a su terreno.

–Usa la fuerza ofensiva de tu atacante contra él. Si yo te intento dar en la cara y tú me esquivas y, con el desequilibrio que he generado al dar el golpe, intentas tirarme, será más fácil. Bien, así, y ahora metes un golpe en el estómago que pueda tirarle sin necesidad de hacer esfuerzos.

Poco a poco fui olvidando que él era la persona con la que estaba obligada a compartir patio, que era él el que había provocado que mi madre llamara todos los días preguntando si seguía viva, que era él el que me había empapado con la maguera y el que me había llenado el patio de hormigas. Poco a poco olvidé todo... o quizá no, y por eso me sentía tan atraída, porque lo cotidiano y lo aburrido... no era lo mío. Porque él era distinto, él no se había molestado con mis bromas, me había seguido el juego, me había dado coba para continuar con esa extraña relación en la que nos encontrábamos. Sí, quizá no olvidé nada y fue eso lo que me hizo pensar que quizá estaba empezando a darme cuenta de que había algo entre nosotros.

–¿Practicamos las patadas y damos por terminada la clase? –preguntó, mientras que, inconscientemente, yo continuaba intentando darle. Pero nunca lo conseguía porque él era más rápido y fuerte. Asentí y me alejé unos pasos, intentando controlar lo que estaba sintiendo por dentro, que no sabía muy bien qué era. Una sensación de comodidad, de familiaridad, me abrumaba cuando estaba cerca suyo. De saber que con él podía ser yo misma y no se asustaría. Que la Abril que siempre se había reprimido con mis padres en la adolescencia podía salir a la luz. Que él aguantaría eso, y no me hizo falta que lo dijera, porque sus ojos lo decían todo. Porque el hecho de que el primer día no me hubiera mandado a la mierda ya había sido respuesta suficiente. Y quizá fue eso, quizá mi yo interior intentó que Ethan se alejara, o probar a ver hasta cuándo aguantaba a mi yo más interno.

Me explicó cómo dar una patada correctamente, lo hizo muchas veces, pero yo ya no estaba ahí mentalmente, solo podía pensar en todas las cosas que nos habían pasado, para darme cuenta de que cada una de ellas me había gustado. Darme cuenta de que quizá... solo quizá...

–Abril, tienes que intentar acompañar la patada con otro golpe, porque si no, como te he dicho antes, pueden usar tu fuerza contra ti –junté las cejas sin entender a qué se refería. Yo estaba haciendo lo que él me decía; darle patadas en el torso. Él se dio cuenta y cuando intenté darle otra, exactamente igual, cogió mi pierna y la retuvo en su costado con un brazo. Sin esfuerzo. –Así es como pueden usarla contra ti –me estaba desequilibrando porque solo tenía un pie como apoyo, y la otra pierna continuaba bajo su control, sin soltarla. Aleteé con los brazos y cogió uno de ellos con la mano que tenía libre para ayudarme a mantenerme de pie. –¿Ves lo fácil que resulta? –acercó mi brazo a su cuerpo y nos miramos a la cara. –Podría tirarte al suelo en dos segundos, tal y como estás ahora mismo –y era verdad; en esa posición él podría hacerme caer si lo quería, pero vi que no eran sus intenciones. Cerró mi mano en un puño y la llevó hasta su estómago. –Acompaña la patada con otro golpe –susurró. Miré mi mano, que lentamente relajé hasta que se abrió en su pecho y él dirigió la mirada al mismo punto. Tragué saliva y él soltó mi pierna lentamente, colocándola en el suelo. Dejándome libre. Y ya no tenía excusa, tuve que alejarme un paso y mirarle de nuevo a la cara, separándome de él.

Patio para dosWhere stories live. Discover now