Capítulo 1

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Me desperté como cualquier día normal en mi vida; hasta las narices de madrugar para ir a trabajar. Y quien diga que madrugar le gusta es que es tonto del culo, y no tengo nada más que añadir.

–¿Podrías darte prisa, que siempre estamos igual? –oí a través de la puerta de mi habitación.

Se ve que actualmente en Madrid hay que tomar decisiones: o comer todos los días o tener un piso particular en el que nadie te moleste. Y claro está que a mí la comida...

–Dios mío, te juro que voy a cerrar el baño con candado –chilló alguien.

Cogí la americana que estaba colgada de la silla de mi escritorio y el pantalón doblado encima de esta, junto con una camisa blanca y me fui a dar una ducha antes de irme.

Cuando salí de mi habitación ya sabía que aquel no era el mejor día que iba a tener en mi vida; llámame pesimista o intuitiva, lo que prefieras, aunque yo prefiero lo segundo, pero eres libre de elegir, claro.

–¡Iván! –chillé desde el pasillo, viendo que la puerta de su cuarto estaba abierta y la del baño cerrada. Además, otra de mis compañeras de piso también estaba llamando a la puerta frenéticamente –¡No me puedo creer que siempre me hagas lo mismo! ¡Que voy a perder el metro! –golpeé la puerta yo también.

Iván era mi compañero de piso, uno de ellos, y lo había sido de carrera también. Nos conocimos en primer año cuando se sentó detrás de mí y me llamó "minion". Bueno, no fue exactamente así... Yo me apartaba de vez en cuando para dejarle ver la pizarra por si le estaba tapando, como buena compañera vaya, y no va, el muy imbécil, y me dice que alguien tan bajita como yo no podría taparle la visión ni aunque quisiera. Y de ahí, días después, cuando le perdoné por ser tan impertinente, me apodó "minion". Y así se quedó la cosa. Él seguía siendo imbécil y yo bajita, qué le vamos a hacer.

Bueno, lo que te estaba contando, que era mi compañero de clase, y un día nos pusimos a hablar de nuestras vidas y salió el tema de la casa. Él me dijo que todavía vivía con sus padres porque "¿a dónde va a ir un chico de 19 años sin trabajo ni experiencia a alquilarse algo en Madrid?". Y claro que tenía razón el chico, porque el alquiler en Madrid podía haber a patadas, pero los baratos brillaban por su ausencia.

Para el año siguiente él había conseguido trabajo y yo también así que empezamos a pensar cómo independizarnos, él de sus padres, y yo de la residencia, porque ya era hora de vivir el sueño que todos llaman "universidad" sin tener que escuchar sonidos de dudosa procedencia de mis compañeros de residencia. Y la residencia era muchas cosas, pero lo de cómoda... no lo creo. Que luego lo he echado de menos, no te creas, que eso de tener que hacerte tú el desayuno tiene sus inconvenientes y la cafetería de la universidad era bastante asequible. Pero voy a dejar de hablar de eso porque parece que me pagan por quejarme.

Semanas después de conseguir trabajo, cuando ambos habíamos ahorrado algo de dinero para poder empezar a buscar un piso para los dos, una chica de clase se nos acercó porque... pues no lo sé, la verdad, el caso es que se nos acercó y terminamos hablando. Poco a poco se hizo nuestra amiga y se acopló al plan de vivir juntos, la tía, así sin conocernos mucho de nada. ¡Qué valor! No sabía a dónde se metía, la pobre. Claro que después de tantos años ya se había dado cuenta de la situación.

–¡Iván! –volví a chillar. No, si al final iba a volver a llegar tarde por su culpa. Él me ignoró deliberadamente, aumentando sus berridos que, suponía, que intentaban asemejarse a cantar una canción en la ducha. –¡Te juro que como llegue tarde tu perro sale por la ventana! –amenacé.

–¡Como toques a Bobby te mato! –apagó el agua para que le oyera decir aquello, pero dos segundos después volvió a encenderla.

–¡Tú tienta a la suerte! ¡Como me echen del trabajo me vas a pagar tú mi parte de alquiler, te lo aviso! –me apoyé en la puerta para escuchar si seguía duchándose o había decidido que pagar mi parte de alquiler era motivo suficiente para acortar su ducha.

Patio para dosWhere stories live. Discover now