Al ver de lejos como Changbin guardaba su espada en la funda, Félix dirigió su atención al cielo, donde la tristeza lo invadió. La luna llena había desaparecido, con ella el regocijo de su alma y la libertad de su espíritu. Debía volver a ser el dios perfecto, y forzar una intacta postura para permanecer al lado del hijo de Zeus.

La debilidad de su cuerpo se ausentó, haciéndose presente la fuerza de sus poderes que habían regresado a él como despiadadas lanzas que no eran bienvenidas. Deseaba rotundamente ser un simple humano, y vivir en la calidez del pecho de Hyunjin. Cerrando los ojos, rechazó la tristeza que amenazaba con desarmarlo en llanto. Era un dios, el hijo de Helios, uno de los dioses más poderosos del reino, tenía que seguir firme en su deber, o por lo menos, parecerlo.

—¡Ahí estás! —la voz de Changbin, hizo que el rubio abriera los ojos para mirarlo. Simulando una dulce sonrisa, caminó hasta el castaño, tirando de las riendas de Ílios para que lo acompañara, pero el caballo se negaba, y con fuerza luchaba por no moverse de lugar. Félix arrugó el rostro y observó al caballo con detalle, fue cuando pudo darse cuenta que Ílios observaba el camino que Hyunjin y Fengári habían tomado para separarse de ellos. Aquello lo llenó de una atosigante pena.

—¿Qué ocurre con Ílios? —preguntó Changbin, acercándose al caballo, lo que enseguida provocó que el animal soltara un relincho y se apartara más de ambos.

—No lo sé. —contestó Félix, consternado con los nervios del caballo— Daré un paseo con él.

—Es buena idea. —sonrió el mayor.

El rubio asintió y lo vio marcharse. Luego de acariciar a Ílios con ternura, empezó a dar pequeños pasos que el caballo sí obedeció, y juntos se adentraron nuevamente al lúgubre bosque.

Al cabo de varios minutos y una pacífica caminata, Félix se quitó la capa marrón, dejándola en el lomo de Ílios, y se acercó al borde de un acantilado, maravillado con la vista de aquel lugar. El agua del mar era cristalina, y podía escucharse el violento sonido de las olas chocar con las piedras. Sonriendo, repleto de calma, llevó sus vidriosos ojos al cielo, donde se mostraba una media luna.

—¿No es gracioso, Ílios? —preguntó con voz suave— Cuando hay luna llena, mis poderes son arrebatados, volviéndome frágil como el cristal, tan vulnerable y expuesto al peligro. Aun así... —con un suspiro, su rostro se iluminó— Me siento tan lleno como la luna. Me siento libre, pleno y dichoso. —bajando la mirada al mar, su sonrisa fue apartada por una aguda nostalgia— En cambio, al ver esta media luna, tristemente, logro identificarme con ella. Consciente de lo poderoso que soy, me siento como una simple mitad. Un engaño, una farsa. Un dios que sonríe de día y llora de noche. Un dios que no falla una flecha, pero le falla a sus emociones. —anegado en lágrimas, clavó la intensidad de sus ojos al cielo— Soy una media luna, medio dios, medio Félix.

El frío abismal del viento, fue la única respuesta que obtuvo el rubio que se hallaba en un estado de trance, observando la luna. Cuando de pronto, sintió como su espalda era despiadadamente traspasada por algo filoso. Con la boca abierta y las lágrimas saliendo sin control de sus ojos a causa del punzante dolor, Félix bajó la mirada a su pecho, descubriendo la punta de una flecha dorada qué había atravesado su piel. Temblando de dolor y perdiendo el aire, fue girando su cuerpo lentamente, con el temor incrementándose en su ser. Necesitaba ver el rostro de su atacante, aunque aquello lo aterrorizaba, pero no lo consiguió. La flecha fue sacada de su cuerpo sin piedad al momento que pateaban su espalda, logrando tirarlo al mar.

Caer fue tormentoso, el tiempo pasó con una lentitud asfixiante, el frío de la noche chocaba con sus mejillas, congelando su piel, y las lágrimas se desprendían de sus tristes ojos como si se despidieran de él. Félix se abrazó a su cuerpo y recibió el golpe del agua, para luego sumergirse en la profundidad. Lo siguiente fue oscuridad, silencio y soledad.

Luna del inframundo | Hyunlix Where stories live. Discover now