CAPÍTULO VEINTIOCHO

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Cameron.


El auto se detiene en el edificio de la empresa. Canadá no es de mis lugares favoritos, me gusta el frío, pero el verano más y por ello prefiero Estados Unidos, antes adoraba Kansas y ahora amo Houston

Reviso el último mensaje en mi teléfono, el cual es de Gia. Si no hubiera encontrado el anillo, la sorpresa hubiera sido superior. Si planeaba pedírselo, pero no de la manera en que lo hice, aunque no me disgustó hacerlo.

Al final de cuentas estábamos ella y yo y ahora sabe que la amo más de lo que he amado a alguien en mi vida y si le prometo un futuro a mi lado, también le prometere que no se va a decepcionar.

Le respondo diciendole que ya estoy en la empresa y con ello espero que su preocupación disminuya.

Tomo una profunda respiración antes de adentrarme en el edificio de diez pisos. Muestro mi identificación al panel del ascensor y este sube hasta el último piso.

—Señor Baker, Bienvenido. —se acerca la secretaria. —No esperaban su llegada.

—Que bueno, ¿Están todos en la sala de reuniones? —pregunto recibiendo la tablet con la que se maneja ni hermano. —Espero que si.

Sigue mi paso hacia la oficina principal.

—Casi todos señor, falta el señor Harrison. —explica. —Su esposo dió a luz ayer e imagino que por eso su retraso.

Asiento.

—De acuerdo, en cuanto llegue, hágalo pasar de inmediato a la sala de juntas.

—Como ordene, señor.

Tomo los papeles que necesito y parto hacia la última habitación, dónde los socios y el Director interino me esperan. Todos se ponen de pie y yo paso de largo hasta la silla del otro lado de la mesa.

—Buenos días, señores. —saludo tomando asiento. —Siéntense por favor.

—¿A qué debemos la visita, señor Baker? —pregunta el "Director"

—Creo fielmente que puedo visitar esta empresa así como todas las demás cuando se me pegue la gana. —declaro. —Estoy en mi derecho, que no se le olvide quien es el jefe, señor Quentin.

Se queda en silencio y los demás socios no dicen ni una palabra.

—Se sabe que para que una empresa funcione en su totalidad, se necesitan personas de confianza. —hablo. —Y aquí tenemos eso ¿No es así?

—Claro, señor. —concuera Quentin.

—Casi, casi lo tenemos. —le echo un vistazo a la carpeta, antes de deslizarla por la mesa hasta el otro extremo. —¿Desea compartirnos algo, señor Quentin?

Niega dudoso.

—No se de qué habla.

Me dejo caer en el respaldo de la silla ejecutiva con soltura.

—Pero claro que sabe, ¿Acaso esas cuentas en Suiza no son suyas? Dos de ellas con más de dos millones de dólares. —le digo. —Usted a estado robando a la empresa, a nuestro legado, ¡A mí familia!

—¿Es eso cierto, Quentin? —pregunta uno de los socios. —¿Cómo pudiste?

—No busco una explicación, eso se lo dejaré a la policía. —me pongo de pie abotonando mi saco y llamo a mi secretaria. —¿Podrías por favor hacer pasar a los agentes?

—Enseguida, señor.

Tres policías entran y el ex Director de nuestra empresa sale esposado de la sala de juntas.

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