CAPÍTULO DOCE

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Cameron.


Me asustan los terremotos.

No, no hablo de los que pasan en la tierra, si no de los que atacan tu pecho haciendo tambalear todo lo que juraste enterrar. Cada segundo que pasó en estos nueve años, cada minuto, cada hora y cada maldito día me prometí enterrar absolutamente cada uno de los sentimientos que me atacaban.

Por ella.

Porque sabía que no era correspondido, que nuestros caminos jamás serían el mismo, a pesar de que hay más de una cosa que nos une, tenía claro que solo eso sería y que las cosas jamás cambiarían a mi favor

Mi corazón estaba roto, demasiado, algo horrible de sentir y de admitir, pero Gia, con su sola presencia, tomó hilo y aguja uniendo los pedazos de mi alma esparcidos en cada una de mis pesadillas.

Ella me unió.

La veo de reojo, ha estado callada todo el camino, apartándose las lágrimas que Margaret provocó. Probablemente una de las cosas que me condena al infierno es el odio que le tengo a la mujer que me dió la vida, tanto que si muere poco me importaría.

—No quiero ir a mi casa así, no me siento bien.

—De acuerdo, entonces te quedarás conmigo en el hotel.

No responde, solo asiente con la cabeza sin decir algo más. Desvío el auto con dirección hacia el hotel donde me estoy hospedando, ya que ni de chiste me quedo en mi casa.

Gia se abraza a sí misma dando a notar que tiene un poco de frío, así que maniobro para quitarme el saco y se lo paso mirando como se cubre con el. Entro en el estacionamiento subterráneo deteniéndome a unos metros del ascensor y soy quien se baja primero rodeando la parte delantera del coche para abrir su puerta.

Permite que la abrace por los hombros llevándola hasta el elevador, pulsando el botón del piso correspondiente atrayéndola a mis brazos de nuevo dandole el apoyo que necesita. No ha querido decirme que fue lo que mi madre le dijo.

No debí dejarla sola, debí quedarme con ella hasta que hablara con mi hermano. Tiene un hijo maravilloso, pero lo conozco y le será bastante difícil ver la verdad en mi madre, su amor por ella lo tiene cegado, tanto que temo que el matrimonio no sea por él, sino para darle gusto a Margaret.

Las puertas del ascensor se abren en el piso correspondiente y lo abandonamos cruzando el pasillo hasta la suite que alquilo. Introduzco la llave electrónica indicando que siga y lo hace arrojando los tacones lejos desviándose al mini bar tomando una de las primeras botellas que encuentra, Vodka.

Se echa en el sofá bebiendo hasta el fondo y me siento a su lado aceptando un trago cuando me la pasa.

—¿Entonces este es el plan? ¿Embriagarnos?

Vuelve a beber limpiando las gotas de alcohol que bajan por su boca hasta su cuello.

—Si, quiero por un momento olvidar la tanda de amenazas que lanzó tu madre contra mí y contra mi familia. —abraza sus rodillas. —Ella no cambia.

Frunzo los labios negando con la cabeza.

—No, ella no cambia. —concuerdo. —Lamento haberte llevado allí, perdóname.

Sacude sus hombros.

—No es tu culpa, yo también creí que era buena idea por un momento. —admite. —Pero no fue así, tu madre volvió a humillarme y se aseguró de mantener vivo el miedo que tengo de que le pase algo a mi hijo o a mi familia.

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