CAPÍTULO CUATRO

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Gia.


—¿Cómo te sientes? —le pregunto al rubio cuando se remueve en la cama del hotel. —Recuerda que el médico dijo que si te sentías mal, podíamos volver

Niega con una mano sobre el estómago.

—No, estoy bien. —responde. —La tortura hizo lo suyo.

Ruedo los ojos al llamar "tortura" al hospital que le salvó la vida.

—¿Quieres que pida algo de comer? Yo lo haré, estar en el hospital me dió hambre. —tomo el teléfono fijo de la habitación. —¿Tú invitas, no?

Sonreí.

—Adelante, pide la carta entera si quieres.

Lo señalo.

—No deberías de bromear con eso cuando sabes que si lo haría. —comento. —Soy demasiado tragona, me hubieras visto cuando…

¡Maldita sea!

Me callo de golpe antes de meter más las patas, pero creo que es un poco tarde después de todo.

—¿Cuándo qué? —se incorpora apoyando su espalda contra el respaldo.

Arrugo los labios evitando su mirada para centrarla en la carta que nos dió el hotel.

—Cuando mi madre me visita, ella hace demasiada comida. —miento. —Ahora que sabe utilizar el internet, experimenta cada día, algunas recetas le quedan bien, pero otras no tanto.

—Me encantaría probar algunas.

Sigo con la mirada baja.

—No lo creo.

Marco al número de servicio a la habitación y ordeno lo que quiero comer, añado un segundo plato para cuando a mi Roomie se le despierte el apetito y cuelgo.

—¿Por qué? ¿Por qué no lo creés? —indaga. —El que no nos hayamos visto en años no nos impide no seguir haciéndolo, podemos…conocernos de nuevo.

Me río. Si, me suelto a reír.

—Si, claro.

En menos de nada se pone de pie y me acorrala con sus manos apoyadas en los reposabrazos de la silla, quedando a centímetros de mi rostro y poniéndome nerviosa.

—No te hice nada, fuiste tú quien se alejó, te marchaste sin darme una sola explicación. —murmura. —Ahora creo que tengo derecho a pedirla.

—No, no lo tienes.

Cierra los ojos un momento sin alejarse.

—Solo te estoy pidiendo una explicación, Gia ¿Por qué te cuesta tanto darmela, si no hay nada que ocultar?

Paso saliva.

—Porque quiero que entiendas que no tienes ningún derecho a pedirme nada, yo no te estoy pidiendo explicaciones de tu vida, así que tú respeta y no te metas en la mía. —lo esquivo pasando por debajo de su brazo. —Iré a caminar por los pasillos y cuando termines de estar de intenso, me avisas.

Me pongo el abrigo que él mismo me dió y camino a la puerta, pero en segundos me veo acorralada y con él frente a mi nublandome el juicio cuando su respiración se mezcla con la mía.

—¿Por qué tuviste que aparecer de nuevo en mi vida? —pregunta sobre mis labios. —¿Por qué ahora qué casi te arrancaba de mi alma?

Trato de que las lágrimas no resbalen, me trago absolutamente todo lo que siento y no me queda más que enfrentarlo y mentir.

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