CAPÍTULO UNO

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Gia.

A veces me muero.

En serio, a veces parezco una muerta a la cuál no pueden despertar y eso me asusta y me hace odiar el hecho de que tenga un sueño demasiado pesado. El día de hoy dormí nueve horas, porque sabía que terminaría por trabajar de noche

Mi trabajo es de Limpieza y mi área es el aeropuerto. Descanso un fin de semana si y uno no, esté viernes se supone que descansaría, pero Ximena me preguntó si podía hacerme cargo de un Jet privado que necesitaba limpieza de emergencia porque saldría en un vuelo a las cuatro de la madrugada.

Obviamente le dije que sí, porque me pagan horas extras y el dinero no me caería nada mal.

Me ato el cabello en una coleta alta y salgo del cuarto con una sudadera fina encima de una blusa gris. Llevo mi ropa más vieja, la sudadera tiene manchas de cloro y las zapatillas están algo sucias, pero sirven para el trabajo.

Voy a la cocina en dónde comienzo a sacar las cosas para hacerme un sándwich, corto un poco de fruta y meto todo en mi mochila antes de llevarla a la mini sala que tenemos. El departamento en que vivimos queda a 35 minutos del aeropuerto, lo cual no es mucho si vas en auto y yo siempre ahorro para el taxi y así evitar morir atropellada.

Nuestro hogar es el piso de arriba, tenemos espacio suficiente para dos personas (tres cuando viene mi madre) tenemos nuestro cuarto de lavado y cuando miré que el lugar estaba amueblado, me di cuenta de porqué la renta me salía a un ojo de la cara. Más de mil dólares al mes.

Yo gano 3600 dólares por mes y cuando hago horas extras (cómo está noche) son 4400 dólares, pero eso dividido a la semana, son 950 o 1050 en total. De allí guardamos para la renta, para el gas, para la luz, medicamentos y comida.

Además de que tengo gastos imprevistos.

—Gia, ya estoy aquí. —la puerta del departamento se abre.

Me giro para ver a Louis, mi mejor amigo. Trae su almohada bajo un brazo y en el otro toda la saga de Crepúsculo.

—Volveré a las siete, probablemente me duerma en el cuarto de descanso cuando termine con el avión y ya me vengo a casa más descansada. —le digo. —¡Chase, Louis llegó!

Mi hijo de nueve años sale de su cuarto con su pijama de Star Wars y el cabello rubio con flequillo sobre sus hombros. Es una preciosidad, tiene unos ojos grises enormes y no tiene ni una pizca de mí. Lo tuve en mi vientre durante nueve meses para que se terminará pareciendo a su padre.

¿Seré a la única a la que le pasa eso?

Creo que no.

—No veremos crepúsculo otra vez. —se queja mirando al castaño. —Tío, el que a ti te guste no significa que nos guste a todos.

Mi mejor amigo hace una mueca de asco.

—Si, Louis, no significa que nos guste a todos. —reprimo una sonrisa. —Nah, yo creo que tu tío estará encantado contigo de ver el señor de los anillos, seguro que le gusta Legolas hoja Verde.

—¿Acaso es un duende? —pregunta mirando de uno a otro. —Ustedes nunca me explican bien las cosas.

Ruedo los ojos y me abalanzo sobre Chase para darle un beso en la frente y después llenarle el resto de su hermoso rostro.

—Recuerda que te amo. —lo miro a los ojos. —Volveré mañana y te traeré un regalo muy bonito ¿Si?

—Mamá, no tienes que traerme un regalo cada que vayas al aeropuerto de noche.

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