Joeman trataba de no pensar en nada, trataba de ignorar la existencia de Ángela, de sus amigos, de sus conocidos, de la muerte del padre Silvio, pero le resultaba difícil casi imposible. De repente su teléfono vibró, alguien llamaba, pero esa fue una de las cosas que Joeman pudo ignorar muy bien. Sin embargo la segunda vez que el teléfono volvió a vibrar no pudo evitar mirar quien era, lo tomó y contestó la llamada.

– Están aquí – dijo una voz temblorosa del otro lado de la línea.

– No te entiendo Laura, de quien hablas? Y porqué tenés el teléfono de Tony?– preguntó Joeman, tratando de comprender que sucedía.

– Hay militares... y policías en la casa... de Tony... te están buscando – Laura apenas lograba pronunciar palabras. Su voz parecía temblarle.

– Maldita sea – murmuró Joeman, en ese instante entendió que todos sus planes probablemente nunca podrían resultar tal como él los pensaba – Voy para allá – concluyó Joeman.

– ¡Que sea rápido por favor! – Al hablar, su voz parecía casi un murmullo silencioso. Para Laura la situación no era para menos, no le temía a la muerte pero sí a las formas que la muerte podía tomar.

  Al colgar la llamada, Joeman giró todo el volante hacía la derecha, subió el freno de mano, cambió de velocidad, soltó el acelerador, bajó el freno de mano, soltó el clutch a medias, aceleró y soltó el volante, nuevamente volvió a cambiar de velocidad y acelero. No tuvo tiempo para buscar un lugar para retornar, y esa noche no hubo tráfico así que tuvo que hacerlo en la carretera. Nuevamente en camino hacía la casa de Tony, Joeman no volvió a pronunciar una sola palabra, Wolff con una seguridad y tranquilidad implacable se mantenía sentado como si nada hubiese pasado.

  En ocho minutos, Joeman cruzó media ciudad, para su provecho las calles estaban casi desiertas ya que pocos vehículos circulaban a esas horas de la noche. Durante el corto trayecto Joeman trató de pensar en alguna idea para poner a salvo a Tony y su familia al igual que Laura. Su mente daba vueltas tras vueltas, pensando, imaginando, divagando hasta que una idea arriesgada se apoderó de él. Al llegar cerca de la casa donde vivía Tony y su familia, Joeman avanzó lentamente hasta estacionarse detrás de unos arbustos verdes y frondosos y de algunos troncos de árboles secos alrededor de unos 10 metros de distancia con el portón de la casa. Apagó la camioneta, escondió sus cosas en la guantera y debajo de los asientos. Luego de haber retirado las llaves, se bajó del vehículo. Se fue a la parte trasera de la camioneta y al abrir las puertas lo primero que vieron sus ojos fue al hijo del Presidente acostado de lado, aún seguía con el tanque de oxigeno encima de las piernas.

  Ver el rostro de Aureliano causaba más disgusto, asco que compasión y piedad. En todo el trayecto mantuvo los ojos cerrados por el dolor insoportable y la dificultad que sentía al intentar levantar la pupila reventada del ojo izquierdo, por lo cúal solo podía abrir el ojo derecho. Sin perder tiempo Joeman tomó dos Beretta de las que estaban colgadas a los lados de la camioneta, las escondió detrás de su espalda, y por si acaso se colgó al cuello una ametralladora de 50 disparos. Aún había una decena de armas cargadas dentro de la camioneta. Había dejado allí a Aureliano ya que confiaba que no lograría escaparse y menos tomar una pistola lo que efectivamente sucedió de tal forma. Dejando que Wolff se quedara en el asiento delantero, Joeman agitó violentamente y sin piedad a Aureliano para que despertase. Cuando finalmente consiguió abrir su ojo derecho, Joeman lo sacó de la tina tan solo sujetándolo del cuello de su camisa.

– Aquí termina tu viaje – le dijo Joeman a Aureliano quien a duras penas trataba de aflojar el agarre de este último por el miedo de asfixiarse.

  Joeman lo empujó para que caminara tal como si fuera un simple reo al que obligan a entrar a su celda. Aureliano estaba agotado, renqueaba al caminar, pero tuvo que apresurar el paso, cuando estaban llegando a la casa, Joeman tomó una de las Beretta. Sujetó firmemente al hijo del presidente por el cuello de la camisa y lo obligó a seguir caminando. Segundo después Aureliano sintió que una pistola le apuntaba al cráneo.

Llueve el cielo en agosto ( Borrador)Where stories live. Discover now