Capítulo 21

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– Lamento la muerte del padre Silvio – su voz interrumpió la oración de las religiosas, Joeman entró con la cabeza baja, no como una seña de debilidad o sumisión, simplemente para grabar en su mente el rostro del sacerdote y tenerlo muy presente en su mente el dia que el señor Leid tuviera que pagar por todos sus crimenes.

– No fue culpa suya, señor Prétel. Dios hará justicia por él – respondió una de las religiosas mirando a Joeman.

"Dios le hará justicia en el cielo, pero yo voy a hacerle justicia aquí mismo" pensó Joeman.

– Me gustaría estar presente para el entierro pero me temo que no va a ser posible – dijo él en voz baja a una de ellas, la cual asintió con la cabeza y le pidió a Joeman que dejara el cuerpo del padre sobre una mesa de cemento que se asemejaba más a una camilla de la edad de piedra que a una mesa.

  En silencio, Joeman se retiró de la sacristía. Al salir de la Iglesia caminó con paso apresurado hacía el pequeño cuarto dondé había dejado sus computadoras y las demás cosas que había comprado para secuestrar a Aureliano, después de revisar que todo estuviera en el mismo estado en el que los había dejado, logró meter todo su equipo en una vieja maleta que había encontrado en el pequeño armario del cuarto, excepto una de las computadoras ya que estaba seguro que en algún momento iba a necesitar la ayuda de Miura.

  Al cerrar la puerta del cuarto, Joeman sostenía la vieja manecilla algo oxidada con la mano derecha, lentamente la soltó y apoyó su otra mano sobre la puerta, luego dejó reposar su frente contra el muro y en ese instante no pudo evitar soltar un largo suspiro, el acto de cerrar una puerta le recordó momentos similares de su pasado, uno de ellos fue cuando tuvo que huir de su casa, él fue el último en cerrar las puertas, y después pensó en Ángela, en los momentos del pasado en los que estuvo con ella, se dió cuenta que probablemente nunca podría tener una relación estable, fuera del peligro, sin amenazas y que Ángela no se merecía una vida al lado de él. Joeman se dió cuenta que siempre tendría que estar huyendo de la familia Leid y de todas las mafias que dependían de esa familia. Perdido una vez más en sus pensamientos, Joeman se mantuvo en esa posición por unos cinco minutos hasta que un fuerte presentimiento trágico invadió su mente, escuchó gritos de alguien en su mente, alguien que él conocía, pero no logró identificar de quién eran. Levantó la cabeza rápidamente y volteó a ver a su alrededor, no había nadie, solo un pasillo vacío y poco alumbrado. Soltó la manecilla, retrocedió dos pasos y exhaló con fuerza, agitó la cabeza levemente como si despertara de un sueño, cuando se sintió totalmente consciente de la realidad, tomó sus cosas y apresuradamente regresó hasta la camioneta donde había dejado atado al hijo del presidente.

  Al llegar al vehículo, Joeman escuchó algunos rumores provenientes de la tina, eran similares a gruñidos sofocados, uno que otro golpe a la carrocería se confundía con estos últimos, pero sin prestarle atención se adentró en el vehículo, colocó las llaves y encendió el motor. De repente se escuchó un ruido estrepitoso provenir de la parte trasera de la camioneta. como si se hubiera dejado caer alguna pieza de metal. Joeman bajó del vehículo tranquilamente, se dirigió a la parte a la tina y abrió la puerta del valijero, para su sorpresa el hijo del presidente había logrado sentarse, pero también había logrado dejarse caer en las piernas un tanque de oxígeno, Aureliano tenía la cabeza gacha, tal vez no pensó que podía tener una hemorragia externa si dejaba que todas las gotas de sangre de su frente cayesen sobre su pantalón. Joeman no le dió mayor importancia, solo se aseguró que aun tuviera la mordaza y que los nudos aún siguieran socados. Con el mismo desprecio que había sentido hacia la familia Leid desde pequeño, antes de cerrar la puerta de la tina, Joeman empujó a Aureliano, quien cayó de lado con el tanque de oxígeno en las piernas.

  Eran alrededor de las 10:00 de la noche, Joeman abrió la puerta para que Wolff subiera primero, luego subió a la camioneta, arrancó y salió del parqueo de la Iglesia dejando atrás a veinte soldados del ejército y un desastre que tomaría tiempo arreglar. Mientras conducía sobre la carretera tuvo el cuidado de no decir una sola palabra, no volvió a escuchar ruidos en la parte trasera del vehículo, Wolff apenas asomaba la cabeza por la ventana, y al igual que su dueño, no pronunció el mínimo ruido. Joeman conducía a más de cien kilómetros por hora en carretera, cambiando de carril cada vez que alcanzaba un vehículo más lento que el suyo. Esa noche tenía pensado salir de la capital, no pretendía quedarse más tiempo arriesgándose a que alguién más resultara herido o muerto por su asunto con el gobierno.

Llueve el cielo en agosto ( Borrador)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang