Eʟʟᴀ ᴇʀᴀ ᴜɴᴀ ɴɪɴ̃ᴀ, ᴜɴᴀ ʜᴇʀᴍᴏsᴀ ᴘʀɪɴᴄᴇsᴀ.
Éʟ ʟᴀ ᴠᴇɪ́ᴀ ᴄᴏᴍᴏ ᴜɴᴀ ᴍᴜɴ̃ᴇᴄᴀ, ᴜɴᴀ ᴍᴀ́s ᴀ sᴜ ᴄᴏʟᴇᴄᴄɪᴏ́ɴ.
A diario, observo a mi colección de hermosas muñecas.
Pero mi objetivo especial es una niña, tan preciosa y tan rota.
Pero ella no es una niña común...
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Laila
—¡Hey, niños! ¡No se empujen, por favor! ¡Fórmense en el centro del salón!—Indicó la señorita directora, ya que después de quebrar la piñata anunció que nos adentraramos al salón porque recibiremos un regalo. Sólo que todos los niños son unos brutos y revoltosos; Entraron corriendo como caballos desbocados y empujándose entre sí.
La directora se dirigió al rincón y regresó con dos bolsas muy grandes de color rojo; Una tenía aguinaldos y la otra muchas pelotas de todos los colores. Todos los niños comenzaron a emocionarse, al igual que yo.
Todos nos acercamos y nos amontonamos para recibir un aguinaldo y una pelota.
Nunca en mis 6 años había recibido un regalo de Navidad, hasta hoy.
«Yo quiero una pelota de color rojo. ¡No! Mejor una de color morado. ¡No, mejor una de color rosa», pensé con entusiasmo en mis adentros mirando las pelotas de todos colores.
Mis ojos brillaron al ubicar una pelota de color rosa con flores moradas.
Antes de que pudiese tomar la pelota sentí un fuerte empujón y pude ver cómo otra niña la tomó primero antes que yo. Volví a mirar la bolsa para ver si encontraba otra pelota del mismo color, pero no.
Miré a la niña que me quitó la pelota, ella me lanzó una mirada poco amigable mientras sostiene mi pelota en sus manos.
Esa niña tiene mi misma edad. Su nombre es Dayana. No es muy amigable, habla poco y casi no convive con los demás niños al igual que yo.
—Lo siento, Laila, pero la pelota rosa es mía.—Me habla en un tono muy frío sosteniendo mi pelota en sus manos.
—Dayana, yo ví primero esa pelota. ¿Me la puedes devolver, por favor?—Se la pedí amablemente, sin parecer molesta.
Ella se negó... Como me lo esperaba...
—Devuélvemela te he dicho. Esa pelota es mía, yo la ví primero.—Se la pedí ahora más molesta y ella volvió a negarse.
—En la bolsa hay más pelotas de más colores, escoge otra.—Me contesta igualmente molesta.
«Ésta niña me ha colmado la paciencia».
La miré a los ojos de una manera fija y oscura, mi mirada de súplica ahora se transformó en odio puro hacia ella y no me detendré por lo que pueda llegar a hacer.
«Algo dentro de mí me dice que ataque y defienda lo que es mío».
Me acerqué amenazante a ella dispuesta a agredirla.
