Tu susurro

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Mediados de julio. La noche caía con un cálido manto que invitaba a dejar las ventanas abiertas y las cortinas corridas en espera de una brisa que se dignara a refrescar un poco el cálido ambiente que se formaba dentro de los departamentos diminutos de aquel olvidado edificio en el que las paredes eran de papel.

Guillermo, pluma en mano, trataba de escribir lo que se volvería su opera prima, la novela que lo lanzaría directo al mundo editorial y lo convertiría en un auténtico escritor.

Pese a tener la vieja laptop junto a él prefería escribir a mano tumbado en el sofá, pues a su parecer los sentimientos se expresaban mejor con papel y pluma. Sin embargo no había sentimientos que expresar. Su vida, en los últimos meses había sido tan plana como lo era la hoja en blanco que se encontraba frente a él, nívea e imponente. Una inmensa barrera de nada que lo hiciera encontrar la inspiración para manchar de negro la blancura y hacer escurrir de sus dedos historias que causaran algo en quien lo leyera.

Estaba por darse por vencido, dejar de lado todo y simplemente ir a dormir a esa hora en que la madrugada arañaba la noche; sin embargo lo escuchó. Era un gemido que se adivinaba apenas como un susurro y que llegaba a su apartamento a través de la ventana abierta de par en par.

Guillermo se levantó entonces dispuesto a cerrar la ventana por el bien del pudor y la decencia, pero entonces un nuevo gemido llegó a sus oídos cuando se disponía a cerrar la ventana y algo lo hizo detenerse.

Hubo un no se qué en esa voz masculina y ronca que le hipnotizó, que despertó la llama de sus sentimientos atenuados desde hace tanto tiempo. A la voz inicial se le sumaron los jadeos mal contenidos de alguien más, otro hombre, sin embargo esa voz intrusa no importó, fue esa primera voz que gemía sin pudor alguno la que lo hizo sentir, añorar.

Memo volvió entonces sobre sus pasos y comenzó a escribir, encontrando en los gemidos de un desconocido esa inspiración que lo había abandonado por tanto tiempo que pensó nunca más recuperar.

Se volvió costumbre. La ventana abierta a todas horas y él rondando el espacio de la sala para tratar de escucharlo de nuevo, siempre cuaderno en mano para encontrar en esa voz a su musa, su inspiración para una novela que poco a poco tomaba cuerpo.

No solo lo escuchaba gemir, lo escuchaba reír, hablar en un ruido distante del que apenas distinguía palabras, pero del que notaba un fuerte acento argentino. Y a cada palabra, cada sonido se enamoraba más.

Se volvió un ritual esperar escucharlo para poder escribir, para sentir que el mundo tenía sentido. Poco a poco, mientras julio daba paso a agosto, el escuchar aquella voz que le visitaba de cuando en cuando fue poco a poco enamorándolo. No entendía como es que eso había pasado, pero comenzaba a sentir que si le conocía, que si tenía una oportunidad, entonces se amarían.

No debía de ser tan difícil conocer a tu vecino, pero simplemente nunca coincidían en los pasillos. Conoció a la otra voz un día por casualidad, y apenas verlo temió que fuera él el de la voz de sus sueños, pues algo en el hombre simplemente no le agradó. Pero no, era su pareja, su prometido, según supo por el dueño de aquella voz que había aprendido a ignorar en sus noches de escucharlos a ambos amar.

Mientras agosto se volvió septiembre y este a su vez octubre se resignó a nunca conocerlo, a seguir añorando las noches de ventanas abiertas en las que pudiera escucharlo.

Pero entonces, en la primera semana de noviembre lo escuchó gritar.

Una pelea que reclamaba una infidelidad, según pudo entender por lo que decían; así como la promesa de irse sin mirar atrás.

Algo en su corazón se rompió al escuchar eso, pues si él se marchaba, entonces nunca más podría escuchar esa voz que se había vuelto su mayor inspiración.

Apenas escuchar el ruido de un portazo no pudo evitar salir corriendo tras de el hombre del que no sabía nombre ni apariencia.

Lo encontró arrastrando una maleta en dirección a las escaleras, y si sintió que ya le amaba solo con escuchar su voz, ahora que lo veía su corazón podía estallar de amor.

—Espera, no te vayas.

—¿Quién sos?

—Tu vecino. Lo lamento, escuché la pelea.

—Paredes de papel ¿No? Lamento todos los gritos, che.

—Descuida, no es problema. Es solo que no puedo dejar que te marches así de alterado ¿Puedo invitarte un café?

El hombre dudó, mirándolo con los ojos entrecerrados un momento.

—Me llamo Lionel.

—Guillermo.

Para el siguiente julio, aquella voz queGuillermo tanto había amado estaba llenando cada recoveco de su propiahabitación. 

Amor en la cancha Donde viven las historias. Descúbrelo ahora