Demasiados omegas

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Perdón, pero ustedes dijeron que querían ver sufrir a Leo. 

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Ochoa dio un par de embestidas más antes de venirse en el condón y lentamente salir del omega. La música demasiado alta del lugar hacía que su cabeza se sintiera en otro mundo gracias al alcohol que había bebido. Se suponía que no podía estar aquí, que no debía salir de la concentración, pero esa tarde había recibido un mensaje de su omega, uno que le llenó el pecho de tanta felicidad que no pudo resistir salir y buscar a algún otro omega para celebrar.

Ese era el ciclo. Las cosas no estaban mal, él no estaba aburrido de su esposo con quien estaba desde hace diez años, lo amaba como nunca había amado a nadie.

Y sin embargo aquí estaba. En los baños de un antro de mala muerte, acabando de follar a un extraño sin nombre ni rostro y un pesado aroma a rosas que lo envolvería por horas.

Demasiados omegas.

No tenía idea de cuando había comenzado a pasar, pero un día el amor que sentía por Lionel lo asustó y comenzó a buscar en quien depositar su deseo. Sabía que se amaban tanto que sin importar el olor de mil omegas impregnado en su ropa, las marcas de lápiz labial en su camisa o los rasguños de sus espalda él no se iría.

Y sin embargo podía ver el daño que le hacía. Podía ver como poco a poco ese omega fuerte, amable y risueño que había conocido daba paso a una sombra de lo que antes fue. Y él se quedaba ahí, también convertido en sombra del alfa que antaño lo amó con pasión, pero con la flama del cariño tan viva en su pecho que ninguno de los dos se animaba a hacer las maletas e irse.

México jugaba contra Arabia Saudita. Lionel, sentado en la sala de su casa en México observaba el televisor rezando porque México pasara de la fase de grupos. Y no era solo por apoyar a su esposo, era más bien porque no quería tenerlo cerca. Tenerlo a su lado hace tiempo que había pasado de ser motivo de alegría a un eterno contener las lágrimas.

Sabía muy bien que si su alfa no había querido llevarlo con él no era porque su hijo tuviera escuela, era porque no quería tener ningún impedimento para follar extranjeros sin miramientos.

Habían pasado 10 años desde que se retirara del futbol siguiendo el sueño de un amor incondicional. Y hoy, tantos años después, se daba cuenta que de no ser por su hijo Julián no habría valido la pena.

Guillermo fue bueno la mitad del tiempo, pero desde hace cosa de tres años era tan frio y distante que lastimaba. Estar a su lado y sentirlo tan lejos era para el omega como si clavaran mil puñales en su pecho y los retorcieran.

No sabía si era peor su indiferencia, sus engaños, o las noches en las que lo amaba con tanta ternura y cariño que no permitían que simplemente tomara sus cosas, a su pequeño hijo y se fuera sin volver la cara atrás.

El omega sufría tanto que había momentos en los que pensaba abandonarlo todo, simplemente entrar al mar y caminar hasta no poder salir. En sumergirse en la bañera y abrir sus venas con la navaja de afeitar. En arrancarse el corazón para así no sentir.

Demasiados omegas.

Lo sabía desde la primera vez en la que Guillermo regresó a casa con la culpabilidad en el rostro. Lo sabía cada vez que pasaba. Sabía que seguramente la noche anterior había celebrado la noticia de que esperaba un nuevo cachorro entre las piernas de alguien más.

Leo vivía con el miedo de un día sentir el dolor calcinante en su cuello, de morir en agonía porque su alfa había decidido deshacer su vínculo.

Eso no era vida. Solo sobrevivía.

¿Lo peor? No podía marcharse de su lado.

Amor en la cancha Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ