Golpe fuerte

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—¿Qué significa eso? ¿Quiere decir que no voy a volver a recibir mi chequesito mensual? ¡No, no! Yo me acabé de comprar un anillo de 12 mil dólares. —María Beatriz se desesperó cuando vio de qué estaban hablando.

—La situación es muy grave, María Beatriz. Gracias a Armando, estamos en la ruina. —Dijo Daniel, poniéndola aún más nerviosa.

—¿De qué estás hablando? —Preguntó la esposa de Roberto, confundida.

—Margarita, en la práctica, Terramoda es la doña de Ecomoda. —Respondió Daniel, facilitándole la comprensión.

—¿Pero qué es eso de Terramoda? —Preguntó ella, aún sin entender.

—La compañía unipersonal de Beatriz Pinzón Solano.

—Usted no sabe de que está hablando, Daniel! — dijo Armando, cambiando el tono de voz, deseando de todo corazón que Valencia se callara.

—¡SÍ QUE LO SÉ, ARMANDO! —Gritó indignado, asustándolos. —Las mentiras han terminado, Armando. Este es el libro de registro de la Cámara de Comercio, aquí están todas las cifras de las que hablamos. —Dijo entregándole el libro rojo a Armando, que se sentó lentamente en su silla al ver que ya no había salida. Entonces Daniel tiró el libro sobre la mesa.

—Ha llegado la hora, Armandito, de que des la cara, dejes de decir mentiras y afrontes la realidad. —Habló, volviendo con la ironía. —¿Qué pasó con lá compañía que té dimos? Ecomoda es la comidilla de todos los corrillos de esta ciudad. Armando, ¡te dimos una empresa! ¿Qué has hecho? ¿Qué pasó con nuestro patrimonio? ¿El patrimonio que fundaron tus papás y los míos? ¿La perdiste? Porque ya no existe.

—Sí, existe. La tengo protegida. —Dije, tratando de calmar las cosas.

—¡ESTÚPIDO, ESTÁ EMBARGADA! —Gritó Daniel una vez más, levantándose de la silla.

—Por favor, calmémonos, calmémonos, por favor. —Pidió Roberto, con la tranquilidad que aún tenía para tratar con los dos.

—¡Daniel me parece a usted, USTED NO ME LLAMA DE ESTUPIDO! ¡A MI NO ME LLAMA DE ESTUPIDO! —Gritó Armando, rompiendo sobre él, mientras lo único que los separaba era Roberto.

—Entonces de que? DE PATÉTICO, HISTÉRICO? —Alteró Ironizó, logrando abofetear a su rival.

—¡CÁLLENSE, NO MÁS! —Fue el turno de Roberto de gritar, no pudiendo contener a ambos por más tiempo. —¡Por favor, SIÉNTENSE! —Gritó de nuevo, golpeando el pesado boletín de la Cámara de Comercio sobre la mesa.

Por respeto a él, y a su débil corazón que ya daba muestras de no poder soportar un enfrentamiento como aquel, los dos hombres volvieron a sentarse. Unos minutos después, más tranquilo y recuperado, Roberto volvió a hablar con Armando.



—Armando, ¿qué es todo esto? ¿Ha perdido la empresa? —Preguntó, con aparente decepción. Roberto no podía imaginar que su hijo pudiera hacerle eso.

—No... no, papá, no he perdido la empresa. —Comenzó, haciendo una breve pausa, antes de continuar. — La empresa está en el nombre de Beatriz.

—¿Cómo que la empresa está en el nombre de Beatriz, Armando? ¿Se lo entregaste? ¿Se lo regalaste? —Preguntó Marcela, ya con lágrimas en los ojos al saber que su empresa estaba a nombre de esa mujer.

—Marcela, por favor, deja que Armando se explique. —Pidió Margarita, esperando que su hijo tuviera una buena razón para hacer todo eso.

—Armando, tienes que hablar. —Dijo Roberto con paciencia.

Un cambio inesperadoWhere stories live. Discover now