—Entiendo que estamos celebrando que la jueza apuntó en un papel que tú eres su padre adoptivo pero ugh, odio esos trámites —Mila hizo una mueca de asco que causó gracia a todos—. Tú eres su papá desde que la encontraste y te hiciste cargo de ella —opinó, siempre dejándose llevar por lo emocional.

—Los papeles son necesarios —resaltó Elián. Sí, a pesar de llevar años juntos y enamorados, a menudo sus formas de pensar se confrontaban.

—Bueno, el papel es significativo —explicó Theo—. Pero también tenemos otro motivo para celebrar —dirigió la mirada hacia Lucy, que estaba sentada a su lado—. ¿Lo quieres contar?

Lucy miró hacia abajo, mientras sonreía.

—Está bien —Aceptó—. Me ascendieron en la institución donde trabajo. Dejé de ser una simple pasante, ahora tengo el puesto oficial —comentó un tanto tímida—. Me voy a especializar en la adopción de niños.

—¡Yay!, eres una genia —murmuró Mila—. ¿Sabes qué? Esto amerita un brindis.

—Felicidades —Elián habló—. Tengo una reserva para eso —se refirió a una botella de vino que guardaba para ocasiones especiales.

—Ey, fíjate si Brett te llamó. Dijo que intentaría venir.

—De acuerdo, pero yo que tú, dejaría de esperarlo —respondió Elián, rumbo a la cocina—. Estoy prácticamente seguro de que está saliendo con alguien.

Elián se escabulló y Mila puso los ojos en blanco, para ella Brett seguía siendo el adolescente que recurría a ella cuando estaba en problemas.

—Estoy muy orgulloso de ti, ¿sabes? —Theo le habló a Lucy. Ella volvió a sonreír.

—Es la octava vez que me lo dices —bromeó. Los dos rieron—. Pero ey, esto es en serio. Ustedes me inspiraron.

Se refirió a Theo y Mía, dado que, el artículo que escribió para obtener ese ascenso, se trataba sobre la adopción de niños grandes. Después de investigar, había llegado a la conclusión de que a los niños mayores de ocho años, se les dificultaba conseguir familias. Quería visibilizar esa realidad, usar la historia de Theo y Mía para ayudar a romper ese estigma. Todo niño u adolescente desamparado merecía una oportunidad, merecía tener una familia. Luchar por esa causa había provocado que, una parte de ella que siempre se sintió vacía, de pronto empezara a sentirse completa, latía, estaba repleta de vida.

En ese instante, Mía apareció tras pasar un largo rato con sus primas en el salón de juegos. Abrazó a Theo por detrás y se mantuvo aferrada a su cuello, mientras apoyó el mentón sobre la curvatura de su hombro.

—Ey, cariño. ¿Todo bien?

—Sip. Solo quería abrazarte porque te extrañaba —respondió la niña con ternura—. Ya me voy.

—Espera un segundo. Vuelve aquí —Theo tiró delicadamente de su brazo, haciéndola regresar—. Un abrazo no es suficiente para mí ¿sabes? —Mía sonrió, pero esta vez fue Theo quién la atrapó entre sus brazos. Luego, besó su cabello mientras ella mantenía esa expresión risueña.

Lucy, que estaba a su lado, contempló la escena con admiración. La manera en que Theo se comportaba con su hija hacía que se sintiera aún más enamorada de él. Lo amaba tanto. Estaba segura de que nunca amaría a nadie más de ese modo: tan sano e intenso al mismo tiempo. Aún lo miraba cuando extendió la mano y le acarició suavemente la nuca, su pulgar desplazándose a través de su mandíbula.

En todo ese tiempo, no solo se trató de quererse a sí misma. También aprendió a querer a los demás. Y estaba aprendiendo a dejarse querer. A recibir los gestos de amor sin tantos rodeos, reconociendo que alguien más podía amarla tal cómo era. Sin trampas, sin intenciones ocultas.

Frágil e infinitoWhere stories live. Discover now