Capítulo 37

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Fue extraño regresar al hospital como un paciente. Tenía la sensación de que ese rol no le correspondía. Debía estar trabajando junto al equipo, atendiendo emergencias, luchando por sus pacientes. Aún así, la necesidad de ayudar corría por sus venas, tarde o temprano regresaría a ocupar el lugar que le pertenecía. Desde que se recibió, a los veintiséis años, jamás se detuvo. Era la primera vez que se veía obligado a apartarse de su puesto durante más de siete días -lo máximo que duraban las vacaciones que solía tomar cada año- por ende, se sentía ajeno a la realidad. Al toparse con Carol, no pudo evitar preguntarle por algunos casos médicos que habían tratado juntos, incluso pidió llevarse papeleo para ponerse al tanto. Lucy, que estaba a su lado, trató de aconsejarle que debía mantener la calma, pero no pudo evitar que se involucrara en su trabajo. Sin dudas, Theo era la clase de profesional que llevaba la vocación en lo más profundo de sus entrañas. Mientras tanto, no pudo evitar sonreír en silencio al notar que, a cada paso, alguien del hospital se detenía para saludarlo y comentar algo al estilo «tienes que volver pronto» o «este sitio no es lo mismo sin ti».

La doctora Kerry lo atendió enseguida. Comprobó la herida profunda encima de la ceja. Examinó la lesión en la nariz y la fractura en la clavícula. Aseguró que todo estaba en orden, pero debía llevar el cabestrillo por seis semanas más. Theo lo aceptó, aunque no soportaba la imposibilidad de mover su brazo izquierdo. Estaba aprendiendo a ingeniárselas por su cuenta, pero necesitaba ayuda para ciertas cosas. Era un afortunado de que Lucy estuviera ahí. De hecho, ella había pedido el día en su trabajo, para poder acompañarlo al hospital y luego, a la primera reunión que tendría con la jueza, tras haber presentado una solicitud de adopción.

Después de regular la dosis de analgésicos, la médica se retiró, dándole privacidad para que pudiera alistarse para salir.

Todavía estaba sentado en la camilla con el torso desnudo, cuando Lucy se acercó.

—Me alegra tanto saber que todo está bien —murmuró, posicionando las manos alrededor de su cintura. Acarició suavemente con los pulgares la piel marcada por heridas que estaban sanando. En seguida, él sintió un cosquilleo y se estremeció—. No imaginas cuánto me asusté cuando oí que estabas herido.

Se aproximó aún más, dejando un beso sobre su hombro.

—¿Sabes? Pensé mucho en ti cuándo estaba recibiendo esa paliza —confesó. Durante un instante, bajó la mirada. Era perturbador recordar ese momento—. No era posible que eso fuera todo. Pensé que quería más tiempo contigo. Como sea, tenía que volver a verte.

Todavía con las manos sobre su piel, Lucy le proporcionó un beso en los labios. Él lo intensificó, su corazón iba tan rápido que podía oírlo. Luego, escondió la cabeza sobre su hombro y ella le acarició el cabello. «Este es mi hombre», pensó.

Y sintió que se trataba de un sueño.

—Deja que te ayude con la camisa —propuso, tras tomar distancia. Recogió la camisa azul oscura que estaba sobre una punta de la camilla y lo ayudó a vestirse—. ¿Nervioso? —indagó al mismo tiempo que empezó a prender los botones. Uno por uno.

Él sonrió.

—Me estoy muriendo, Lucy —reveló, inquieto—. No tengo idea de lo que va a pasar.

—Yo sí. Serás tú mismo y eso será más que suficiente —aseguró, repitiendo lo que dijo la noche anterior, cuando Theo no podía dormir pensando en lo que ocurriría.

Había intentado pensar en cada detalle. Contemplar cada posible error para no cometerlos. Anticiparse a los hechos. Incluso consideró elaborar un guion con las posibles preguntas y ensayar las respuestas. Sin embargo, acabó descartando las ideas. Decidió que, tal como Lucy sugería, ser él mismo era la solución. Tenía que mostrar la verdad: que sus intenciones eran buenas. Genuinas.

Frágil e infinitoWhere stories live. Discover now