—Quizá por ti, sí —difirió Mila—. Te cuida muchísimo.

—Te ayudó a quitarte el abrigo cuando llegaron —pronunció Elián en un tono divertido, dándole una mirada de complicidad a Mila—. Después lo colgó por ti en el perchero.

—Lo sé.

—También te regañó cuando quisiste impulsar a Molly en la hamaca. Y le hiciste caso —agregó la chica—. Tengo que felicitarla por eso. No es fácil cuidar a Theo alias «lo puedo todo solo».

—¿Hablas en serio? Tú eras la que quería salir caminando del hospital cuando tenías dos costillas rotas— reclamó—. ¿Ya lo olvidaste?

—Bueno, esa es una historia vieja —admitió a medias. Al mismo tiempo, su marido reprimió una sonrisa. Era tan evidente que estaban hechos de lo mismo. No cabía duda de que eran hermanos crecidos bajo el mismo techo, que mantenían las mismas costumbres y hábitos -algunos malos-.

—Mila, eres la menos indicada para hablar sobre esto. Te escapaste del hospital, de hecho. ¿Lo recuerdas, Elián?

—Era una persona bastante complicada en ese entonces —reconoció.

—¡Ey! Se supone que estás de mi lado. Deberías defenderme —exigió un tanto frustrada. Detestaba cuando Theo y Elián complotaban para molestarla, a veces se volvían bastante infantiles solo para verla enfadada.

—Lo hago. Pero la verdad no puede ocultarse, Mila.

Theo rió suave.

—¿Cómo lo hacen? Quiero decir, siempre han sido tan diferentes que aún me resulta increíble que estén juntos. Aún más que tengan niños, sin ofender —pronunció en un ligero tono de broma.

—Debo reconocer que tu hermana es la que hace que todo funcione.

—Mentira. Tú también pones tu parte. Nos complementamos —le sonrió con amor.

Un tanto agotado, Theo se apoyó de espaldas contra el filo de la mesada. Elián se había acercado a su esposa e inició a colocar las verduras condimentadas en una fuente para horno. Ella lo ayudaba. Durante un instante, Theo se mantuvo en silencio. Un montón de inquietudes alborotaban su cabeza.

—¿Es difícil? Lo de la adopción —indagó—. Ustedes hacen un gran trabajo.

—No es fácil, pero vale la pena —resaltó Mila—. Cuando todo empezó, Molly tenía cinco, Brett era un adolescente, ambos tenían una historia de vida, otras costumbres, otros tiempos. Infancias arrebatadas, mucho que reparar. Entendí que nosotros teníamos que adaptarnos a ellos. Es decir, construir una familia para ellos. ¿Comprendes? —Theo asintió—. Los cambios siempre son difíciles. Hubo un montón de problemas al principio. ¿Recuerdas?

Elián afirmó con la cabeza.

—Brett solía aislarse, como si no perteneciera a la familia. Molly no quería aceptar los límites, estaba acostumbrada a que su hermano la consintiera todo el tiempo. Costó, pero lo fuimos resolviendo —comentó a grandes rasgos algunos de los obstáculos que superaron.

—Y fue la mejor decisión que tomamos. ¿No?

—Tal cuál. No cambiaría nada —aseguró mirando a Mila. Los ojos le brillaban.

En ese instante, Theo fue consciente de que, si todo salía bien, en el futuro estaría adentrándose en ese proceso repleto de dificultades. Sin embargo, en su interior se movía la desesperada ansiedad de que ese día llegara lo más pronto posible.


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El postre estaba a punto de servirse, cuando llegó una notificación al celular de Lucy. A su lado, Theo reía de una anécdota de la infancia que recordó junto a su hermana. Le encantaba ver su sonrisa de perfil, los pequeños hoyuelos que moldeaban sus mejillas, la chispa que por fin adquirieron sus ojos, después de días tristes y grises. Pese a lo sumida que estaba en esa imagen, bajó la vista hacia la pantalla del aparato. Se trataba de un correo. Lo abrió de inmediato. A medida que leía el texto, su expresión se transformó, sus cejas se elevaron, su mirada se abrió de par en par, incluso tuvo que cubrirse la boca para disimular la impresión.

Volteó hacia Theo, conteniendo el aliento.

—¿Me acompañas afuera un momento? —preguntó. Él arrugó el entrecejo, confuso.

—Sí, sí. Claro —Un extraño presentimiento lo invadió. No podía definirlo—. ¿Todo bien?

—Solo acompáñame —insistió.

De inmediato, Theo anunció que se ausentarían durante unos minutos. Luego, la guió hacia el patio trasero. El día estaba espectacular. El sol brillaba en su mayor esplendor, además, se encontraban rodeados de flores: lavandas, margaritas y narcisos en estado pleno. Lucy reposó contra una pared, sosteniendo el celular en una mano. La temperatura ligeramente cálida le permitió lucir un precioso vestido evasé color amarillo pastel, que resaltaba por el reciente corte de pelo. Abandonó el clásico largo y eligió cortarlo a los hombros, dejando sueltas las ondas naturales.

Habían pasado siete días de esa discusión -que horas después se convirtió en una reconciliación- y que al final, los unió todavía más. La confianza se expandió. Lucy adquirió la seguridad de abrirse sobre sus sentimientos, empezó a comprender que no estaba mal expresar lo que sentía. Por eso, Theo se preocupó al percibir su semblante misterioso.

—Lu, me estás asustando —dijo, frente a ella.

—No es nada malo —aclaró. En realidad, lo había llevado a un sitio más privado porque ella prefería los ambientes íntimos. En su amor habitaba una pequeñísima cuota de egoísmo: a veces solo quería tenerlo para ella—. Tranquilo.

—Tengo noticias de Mía —empezó. Las facciones de Theo cambiaron de manera radical—. La jueza a cargo del caso, comprobó que sus progenitores no están disponibles y que no existe familia de origen que pueda hacerse cargo —resumió—. La declaró en situación de adoptabilidad.

—¿Entonces...?

—Ahora es cuando presentas tu solicitud de adopción, Theo.

Anonadado, Theo giró, dándole la espalda. Se alejó unos cuantos pasos, conteniendo la emoción. Intentó dimensionar lo que acababa de oír, mientras sentía como los latidos de su corazón se aceleraban. Enérgico, se acercó a Lucy. El hecho de que esa clase de noticia saliera de su boca, la hizo amarla aún más. La contempló deslumbrado: esa chica de gafas, cabello castaño, sonrisa dulce y vestido amarillo, era la persona más preciosa del mundo.

—Es lo más lindo que me han dicho en mucho tiempo. ¿Sabes?

Lucy, en puntas de pie, lo sujetó de la mandíbula y estampó un beso sobre sus labios. Él sonrió a la mitad producto de la agradable sensación de que todo estaría bien. Ella logró hacerlo sentir así.

Ella volvió a construir su fe. 


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