CAPÍTULO 20

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Tiempo después

La guerra terminó con el regreso de Jean. Por lo menos así fue para el grupo de Recolectores con el que compartía mi inmortalidad. Laia jamás estuvo tan feliz como el día en que su Protector regresó; corrió a sus brazos y no lo soltó por un buen rato. Llegué a pensar que estaba enamorada de él, pero mi amiga me aseguró que el gusto que sentía era totalmente fraternal. Del tipo que todo Iniciado debe sentir por su Protector, como el que yo debería sentir por Eliot.

Ahora que ya tenía la última habilidad, mis entrenamientos se intensificaron. Era muy difícil lograr una perfecta concentración para tocar a un ser vivo sin romper el delgado hilo que sostiene y une el cuerpo con el alma; la cual era tan delicada y la única que debía seguir viva. Por suerte, lograré esa perfección con el paso de los años. Menos mal que la inmortalidad da la seguridad de que tarde o temprano se alcanzará la perfección.

Eliot no lo demostraba, pero yo sabía que estaba muy orgulloso de mi excelencia como discípula. Solía presumir, siempre en mi ausencia, de lo poderosa que iba a ser como Recolector. Pero, a decir verdad, mi perfección se debía a la frialdad con la que me tomaba ahora la vida.

Por primera vez comprendí lo que Nicholau no se cansaba de asegurar en sus discusiones con respecto a la compasión. Estaba complacido cuando yo concordaba con su punto, solo que él no sabía que mi compasión nació del amor que he tenido a Eliot, y tras que tomé la decisión de sacarlo de mi corazón categóricamente, después de que no hablamos acerca de ese beso de bienvenida y de que siguió su relación con Rory como si nada hubiere pasado, todo sentimiento afable se apagó.

No es que me importara poco el mundo que me rodeaba, era más bien un mecanismo para no sufrir más, al convivir a diario con él y no poder tener una relación sentimental. Tenía a la inmortalidad de mi lado, pero no quería vivirla siempre triste por no ser amada por él.

Si no hubiere tenido esperanza por cuatro décadas de ser amada por Eliot, mi vida ahora sería totalmente diferente.

No podía seguir amando a un hombre que nunca será para mí... por más triste que sea dejarlo.

No habría dolor, si no sentía nada.

Como era de esperarse, Eliot notó el cambio drástico y no se cansaba de interrogarme por mi actitud. Pero yo siempre le tenía una perfecta excusa para ocultar mis sentimientos.

—En algunos años seré un Recolector y estaré sola. Debo deslindarme de toda simpatía por los humanos u obtendré un Protegido, o Protegida, antes de adaptarme a la soledad.

Eliot siempre me veía asustado por la frialdad en mis palabras.

❖ ❖ ❖

El mundo retomó su superflua paz, una vez más. El periodo de reconstrucción aún estaba en algunas ciudades y el ciclo de la vida seguía su curso, quizás poniendo las primeras piezas de una nueva lección.

En tan solo tres años más, un nuevo Recolector se unirá a las filas que mantienen el balance entre la vida y la muerte en la tierra.

—Audrey —me llamó Eliot para desviar mi atención de la vista tan alegre que inundaba el parque.

Dar paseos por las tardes se ha convertido en una obligación, más que un gusto. Laia me confirmó que a Eliot no le agradaba la nueva Audrey, porque sentía que compartía una casa y una vida con un robot, que solo existía para seguir pronto los deseos de la muerte. Y creía que viendo a los humanos felices me regresaría un poco de esa humanidad que siempre me ha caracterizado.

—¿Te gustaría regresar a Londres? —Se detuvo para esperar mi respuesta, que fue oculta cuando caminé un par de pasos más. Una sonrisa llena de felicidad se formó en mi rostro al imaginarme mi ciudad natal.

«Mi casa... Mi hermosa ciudad. ¿Cuánto habrá cambiado?»

Borré la sonrisa antes de voltear a ver a Eliot. Puse cara de que no entendía su sugerencia, que así era en parte.

—¿Quieres pasar más tiempo con Rory? —consulté áspera. Deduje que ella era la razón para regresar allá.

Si algo me entusiasma de desaparecer de la vida de Eliot era que no volveré a escuchar ese fastidioso nombre.

—No, hemos terminado —me informó con creíble seriedad.

Creí que mi corazón se iba a volver loco al escuchar la ansiada noticia, pero fue como cuando Théo me comentaba de sus sentimientos por Laia. Me alegraba por mi amiga, pero no tenía otro sentimiento más que: «¡Ya era hora!»

La soltería de Eliot ahora me era indiferente.

—Entonces, ¿a qué regresamos?

—Bueno, estás a punto de completar tu cambio. Creí que te gustaría hacerlo en casa.

—Me parece bien... Gracias. —Esbocé una sonrisa forzada que no duró mucho.

—Sabía que aceptarías. Ya tengo todo preparado para salir la próxima semana.

Volví a sentir esa emoción en mi corazón que quería expresarse, pero me contuve y me recordé que solo tenía que aguantar un poco más, tres años para ser exactos... Y todo al fin terminaría.

Eliot me miró con escrutinio.

—«¿Solo tres años más?» —escuché su voz en mi mente.

—¡Fuera! ¡Te agradecería que dejes mi mente en paz! —grité molesta. Tenía esa dolorosa sensación que Eliot siempre me ocasionaba cuando quería «apreciar» mis pensamientos.

Al principio exploramos juntos esa nueva forma de comunicarnos. Yo no podía mostrarle lo que estaba viviendo al momento de la comunicación, como él lo hacía, solo podía transmitirle mis pensamientos como si le estuviera hablando en voz alta. Eliot me confesó que Mary, su hermana, era la débil de los tres y solo podía hacer lo que yo.

El problema comenzó cuando yo ya no podía bloquear mis pensamientos, y él abusaba de su experiencia; escarbaba en lo más recóndito de mi cabeza. Me ocasionaba terribles dolores de cabeza que me hacían gritar cada vez que quería sacar la verdad de ahí. Se sentía como una ruidosa cacofonía que taladraba sin compasión.

Mi sufrimiento fue lo único que lo hizo parar. Aunque, de vez en cuando, olvidaba que no debía hacerlo.

—¿Me vas a dejar después de tu primera asignación? —me consultó sin importarle que había roto la promesa de no violar mi mente.

—Ese es el curso natural, ¿no? Los polluelos deben dejar el nido tarde o temprano.

Desvié la vista a los árboles que movían sus ramas con el viento. Las risas de los niños se le unían para formar una singular canción.

—Ya no seré más una carga para ti —agregué con frialdad.

—¿Eso crees que has sido para mí? —cuestionó tomándome del brazo, sentí angustia en él.

—¡Vamos! Lo he sido todos estos...

Eliot dio un bufido molesto que me interrumpió.

—¡Qué equivocada estás! —dijo para sí, pero con la intención de que lo escuchara.

—No puedo estar bajo tu ala toda mi vida, Eliot. Al igual que tú lo hiciste, yo necesito seguir con el camino que creaste para mí.

»Quiero ver el mundo sin estar... —Callé cuando estuve a punto de decirle que ya estaba cansada de sufrir por amor—. Quiero ser libre.

—Audrey, es mejor que te calles —me ordenó con gestos irritados—. Solo estás logrando que me enfade.

»Espero que en Londres se te quite esa estúpida actitud con la que me has atormentado...

—No va a desaparecer, Eliot.

Me miró incrédulo por cerca de un minuto, no cambié mi actitud para nada. Lo que le había dicho era la verdad. Con todo, él sonrió extraño para sí.

—Ya lo veremos... En tres años, lo veremos —aseguró.

El Recolector: Fuera de la vidaWhere stories live. Discover now