CAPÍTULO 4

10 4 0
                                    

Caminé a mi auto con paso apresurado. Estaba analizando que hacer después, pues era obvio que Eliot iba a hacer todo lo posible para mantener su anonimato.

Lo primero que se me ocurrió fue no regresar a la universidad e irme fuera de Londres.

«Estaré a salvo con mi tía Sophie», pensé sin dudar.

Salvo Casey, nadie más sabía dónde vivía mi tía, y con mi amiga siempre podía poner una excusa que terminaría creyendo por completo.

Todo esto era un sueño sin pies ni cabeza.

—¿Puedo esconderme de la muerte? —cuestioné en voz alta sin pensarlo, mientras metía la llave en la cerradura del auto.

—Puedes intentarlo, pero ella siempre te encontrará —respondió una voz a mis espaldas. Denoté en ella un poco de sarcasmo.

Me volví de inmediato y, cuando vi a Eliot tratando de dibujar una sonrisa para no asustarme más, retrocedí hasta golpearme fuerte contra el auto. Se acercó mientras que yo me pegué más; este era el momento en el que él recobraría su anonimato eliminándome, como lo hacen los mafiosos cuando son descubiertos por una ilusa.

Pero en lugar de otorgarme la muerte, acarició mi mejilla con mesura sin dejar de mirarme directo a los ojos. Me tranquilizó.

—Ve a tu casa y descansa —ordenó con voz calmada.

Se retiró un paso, regresando la confusión y el miedo, pero lo obedecí. Después de todo, me estaba condonando la muerte, y no podía perder esa oportunidad.

Abrí el auto con torpeza y lo arranqué para salir despavorida de ahí, antes de que se arrepintiera de dejarme ir.

Manejé con tal rapidez que recibía bocinazos cada vez que rebasaba un auto imprudentemente. Podría decirse que estaba en shock. Quizás esto mismo fue lo que no me permitió ver el cambio a la luz roja.

Un auto apareció de la nada cuando estaba a medio cruce. Vi que no iba a poder esquivarlo, entonces, pisé el freno con todas mis fuerzas; el rechinido fue tal que me quitó la respiración.

Están muy equivocadas todas esas películas en donde la gente está a punto de morir y ve toda su vida pasar ante sus ojos. No hubo ningún análisis de mi vida, ni el deseo de que un superhéroe me salvara. Ni el lamento por perder a mi familia y amigos.

«Este es el fin», fue lo único que pensé a medida que la cola del otro auto se acercaba más a mí.

Como un milagroso acto divino, mi auto por fin se detuvo a escasos centímetros del otro. Inconscientemente, busqué a Eliot a mi alrededor mientras que sus palabras sonaban en mi cabeza: «Ella siempre te encontrará».

El conductor con el que me iba a estrellar estaba a punto de gritarme maldiciones, pero supongo que me vio tan consternada que siguió su camino ya sin decir nada.

Di la vuelta sin pensarlo y regresé a donde Eliot. No sé por qué lo hacía, pero sentía en el fondo de mi corazón que solo él podía evitar que me matara a mí misma.


No pude creerlo cuando llegué. Eliot me estaba esperando recargado sobre su auto; pude ver una sonrisa irónica escondida cuando bajé. Estaba a punto de derrumbarme ante él, pero me di valor con un solo respiro y recuperé la seguridad.

—Antes de que me mates, podrías decirme... —dije en lo alto, pero Eliot me silenció al instante con un siseo nervioso cuando las personas que caminaban por ahí voltearon a vernos.

—Será mejor que entremos —sugirió tomándome del brazo para guiarme a donde vivía.

Me sorprendió saber que la casa, en realidad, eran dos departamentos. Eliot vivía en el segundo piso.

El Recolector: Fuera de la vidaWhere stories live. Discover now