CAPÍTULO 16

12 3 0
                                    

Tras la partida de Beatrix, retomé mi cuenta regresiva a la fecha del regreso de Eliot.

A un mes de esta, hubo una movilización entre los Recolectores que se quedaron en Barcelona. Corría el rumor de que el enemigo iba a traspasar a Europa de un momento a otro, lo que quería decir que la guerra podría llegar a España en cuestión de días, tal vez semanas.

Aun cuando éramos inmortales, los Recolectores no querían que los Iniciados se vieran envueltos en una situación en donde el anonimato se vería amenazado. Sobre todo, porque algunos de nosotros nunca hemos participado en una guerra, no sabíamos cómo actuar.

Para mi sorpresa, y la de Laia, Nicholau planeó sacarnos de Barcelona en caso de que fuera necesario. Iríamos a Islandia, a un refugio que él usaba cuando quería un poco de paz.

Oliver y Théo, cuando supieron que no queríamos ir a ningún lado, nos ofrecieron su protección y nos enseñaron a defendernos en caso de una contingencia.

Por supuesto, no era lo mismo, pero eso era mejor que ser cachorritos abandonados en la calle, sin la protección de nuestros Protectores.

Fuera de eso, no había nada que pudiéramos hacer, más que esperar y rogar que el enemigo no cruzara nuestras líneas de defensa.


Una noche, a una semana del regreso de Eliot, fui a dormir con la idea de descansar un poco. Solo que aún estaba tan ansiosa por la larga espera a que algo sucediera, que di vueltas en la cama por casi una hora. Cada noche que pasaba me inquietaba un poco más ante su pronto arribo.

Me levanté para ir a ver las noticias en la sala, las cuales solo aumentaron más mi ansiedad. Cambié de canales hasta que encontré una película, pero era tan aburrida. Un bostezo largo fue el que me dijo que ahora sí podría dormir sin dificultad. Apagué aletargada el televisor.

Iba de camino a mi cuarto cuando escuché un silbido del viento que me rodeó en un círculo. Me asusté porque no había nada que explicara su origen: las ventanas estaban cerradas y, obviamente, no estaba afuera.

—Audrey —escuché claramente a Eliot a mi rededor, como un furtivo fantasma. Volteé de inmediato a todos lados, buscándolo, pero él no estaba aquí.

Me agité mucho, no entendía qué estaba ocurriendo.

No he vuelto a escuchar su voz desde hace semanas, y mucho menos ver esas imágenes de guerra. Había concluido que Laia tenía razón respecto a que era mi subconsciente quien me mostró todo eso como consuelo por no estar al lado de Eliot. Y, ante su regreso eminente, ya no había necesidad de engañarme a mí misma.

Pero esto era muy diferente a esas veces: estaba despierta y su voz se escuchaba más viva y demandante que antes.

—¡Déjame entrar! —me ordenó tras un rato de escuchar mi nombre como un eco interminable que pronto me llevaría a la locura.

«¿Qué me está pasando?», pensé sujetándome la cabeza para que su voz desapareciera.

El terrible dolor de cabeza me hizo caer al suelo de rodillas; apreté mi sien con más fuerza para detener la voz que me seguía ordenando lo mismo en medio de visiones borrosas.

Es posible que pasaran segundos, tal vez solo un minuto, pero cuando se siente un dolor de esta magnitud, el tiempo parece detenerse. Por suerte, y de la nada, el dolor cesó. Sin embargo, me había debilitado tanto que caí de lado en el suelo.

Mi respiración seguía agitada.

—Abre tu mente —escuché a Eliot una vez más; solo que ahora su voz estaba cansada..., adolorida.

El Recolector: Fuera de la vidaΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα