– Lo mejor es esconderlo aquí – dice ella abriendo los portones destartalados del granero. El cúal está completamente desaliñado, y a duras penas se logra ver lo que hay dentro, herramientas de jardinería entre otras cosas.

– El carro no es mio, así que espero que no le caiga el granero encima o estoy endeudado de por vida – le dice Joeman através de la ventana del carro.

Al terminar de esconder los dos vehículos y después que Joeman sacó todas sus cosas del GT-R, Ámber se dirigió a la parte trasera de la finca apuntando con el arma en modo de defensa y acompañado por Wolff y Joeman quien igualmente empuñaba la Glock mientras caminaba cautelosamente.

A pesar que la mañana estaba soleada, los rayos del sol no lograban entrar en dicha parte de la finca debido al vasto follaje de los numerosos arboles que se extendían a lo largo del bosque, por lo qué tuvieron que caminar a tientas para evitar tropezar en alguna hondura o con las raíces desmesuradas de tales arboles.

Súbitamente mientras seguían caminando se escucharon graznidos de cuervos, zopilotes entre otros pájaros, acompañado de un desagradable olor a putrefacto que penetró en las fosas nasales de los tres. Apurando el paso lograron llegar hasta la parte trasera de la vieja casa. El olor nauseabundo aún persistía en el aire, cuando de repente se escuchó un crujido de ramas provenientes del bosque.

– No hagan ruido – susurra Ámber.

Inmediatamente Wolff se puso en modo de ataque mostrando sus colmillos y gruñiendo hacía la oscura salida de la parte posterior del terreno. Joeman y Ámber aún sostenían sus armas en alto listos para jalar el gatillo ante cualquier peligro. Lentamente avanzaron hacía la arboleda y cuando estuvieron lo suficientemente cerca Joeman encendió la linterna de su móvil e iluminó hacía el lugar de donde provenía el bullicio pero aún alumbrado no pudieron identificar que o quien era el responsable de los crujidos y del graznido incesante de los zopilotes.

Con una larga rama en mano Joeman comenzó a remover las hojas caídas y ramas muertas amontonadas sobre la tierra pero no encontró nada. Después de unos minutos haciendo lo mismo con otros montones de hojas y ramas y no encontrar nada, Joeman se dio por vencido. Tiró la rama hacía los arboles y se volteó para regresarse a la terraza trasera de la finca, sin embargo Wolff no paraba de gruñir y husmear la tierra.

Súbitamente Ámber se vio paralizada por el miedo que se estancó en sus nervios al ver unos ojos amarillos salir de entre las ramas. Los estrepitosos ladridos de Wolff hicieron que Joeman se detuviera repentinamente. Y al voltear a ver hacía atrás se encontró con la imagen de su perro enterrando sus colmillos en el cuello de un coyote magro y carente de pelaje, este aullaba sin cesar tirado en la tierra revolcándose bajo el cuerpo imponente del husky siberiano.

– ¡Wolff!, ¡Suficiente! – le grita Joeman al perro. Este poco a poco afloja la mordida obedeciendo a su dueño y retrocede para dejar que él examine al coyote.

– ¡Joeman...tenemos que irnos ya! – A lo largo se empezaron a escuchar más aullidos por lo que Ámber saliendo de su conmoción corrió hacía la terraza donde había una gran carpa que ocultaba unos vehiculos.

El coyote desangrado en la tierra ya había dejado de aullir, y sus ojos ya no se movían. Joeman se volteo hacía Wolff y le dedicó una mirada de agradecimiento, sin perder tiempo se levantó y corrió hacía donde se encontraba Ámber quien terminaba de desmantelar dos viejas camionetas Toyota Hilux.

– Espero que por lo menos encienda – dice Ámber abriendo la puerta de la primera camioneta de color gris.

– Espero que por lo menos tengan gasolina – la imita Joeman subiéndose en la segunda Hilux de color negro seguido de su perro.

Llueve el cielo en agosto ( Borrador)Where stories live. Discover now