Siempre posible

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Siempre posible




Diez meses habían pasado. André ya había cumplido el año de edad y era un bebé hermoso y saludable. Despertaba siempre muy temprano y Severus tenía que hacerlo con él para jugar un rato a su lado antes de dedicarse a sus labores cotidianas. Esa mañana André insistía en querer practicar más su caminata e intentaba correr por entre los muebles de la habitación con Severus tras de él atento a que no perdiera el equilibrio y cayera. Anabela también cooperaba, era feliz ayudando a su hermanito y se mantenía pendiente de que no hubiese dobleces en la alfombra que le pudiesen hacer tropezar.


— ¡Eres el mejor, Matty! —exclamó la niña cuando su hermanito logró cruzar casi toda la habitación sin descansar.

— Va muy adelantado, pero si lo dejamos es capaz de pasarse el día corriendo por todo el castillo.

— Hace mucho frío allá afuera. —se estremeció Anabela con sólo imaginar los corredores del colegio—. Pero cuando empiece la primavera yo podré vigilarlo, papá Sev.


Severus sonrió, había sido uno de los días más felices de su vida cuando Anabela decidió llamarlo "papá". Aún ella echaba mucho de menos a sus propios padres pero cada día lucía más fuerte, aun así, Severus la sorprendió una noche llorando en el baño después de volver de dar un paseo, al preguntarle lo que le pasaba ella respondió que un niño de primer año también estaba llorando, que ella quiso saber el motivo y entonces él le mostró la fotografía de sus padres a los cuales extrañaba demasiado. Anabela se sorprendió entonces al darse cuenta que ya no recordaba los rostros de los suyos y eso la entristeció.


Transcurrieron un par de meses desde entonces, y en secreto, Severus había contratado una agencia de investigadores que dieran con algún familiar de Anabela, tal vez alguno tuviera una fotografía de Eloise y Leonard Bristow. Pero hasta ahora sólo había conseguido una pequeña imagen copiada de la solicitud de ingreso a la Academia de Aurores de Natalie y Edward. Ver a sus tíos no sería lo mismo, Anabela necesitaba la imagen de sus padres y no descansaría hasta conseguirlo. Aunque en el fondo, temía que si encontraba a alguien de la familia, éste quisiera arrebatarle a su pequeña muñequita y eso no estaba dispuesto a permitirlo.


Desayunaron juntos y Severus se encargó después de bañarlos y arreglarlos para que pudieran jugar toda la mañana con su nana, que en este caso era un nano: Dobby, quien además resultó ser un excelente instructor, no se encargaba solo de vigilarlos y entretenerlos sino de educarlos, les leía y explicaba libros que ni Severus sabía que existían pero resultaban de gran aprendizaje, les relataba historias de grandes magos y hechiceras y sus hazañas para hacer del mundo mágico el mejor sitio para vivir. Y como si fuera poco, les empezó a dar lecciones de música, eso particularmente adoraba Anabela que tenía una voz hermosa y grandes dotes para los instrumentos musicales, talento heredado de su madre.


A mediodía volvía con los niños para comer con ellos y con Dobby, después les leía un cuento para que durmieran la siesta y él aprovechaba esas horas para dar su última clase. Había logrado planificar bien su horario para pasar el resto de la tarde junto a sus niños, cuando ellos despertaran de su siesta él ya estaba ahí con una actividad preparada para los tres, en esa ocasión llevó un juguete que fascinó a los niños, era una varita mágica para niños que, al agitarla formaba diferentes figuras semejantes a Patronus plateados.


Anabela consiguió enseguida la forma de una mariposa que voló por unos segundos antes de desaparecer, pero estaba entusiasmada por conseguir un albatros. Aquello era una de las últimas cosas que recordaba de sus padres. Era ya borrosa, pero venía a su mente la escena de aquel ataque en Australia, un hombre malo estaba a punto de atraparla cuando un resplandor plateado se interpuso derribando al mortífago. Anabela notó entonces que esa figura, un majestuoso albatros, había procedido de la varita de su madre quien logró defenderla mientras luchaba en el otro extremo de la habitación. No tuvo tiempo de ver más, unos brazos la cogieron llevándosela hasta la cocina. Después de eso ya sólo recordaba la voz suave de su tío Edward prometiéndole que ella estaría bien... y luego la aparición de Severus, y supo que podía confiar siempre en él, él era esa seguridad que su tío le había prometido.


— Es una mariposa hermosa, Anabela. —le aclamó Severus mientras él ayudaba a Matthew a sostener su varita sin lograr que salieran más que pompas plateadas, pero el niño no se desilusionaba, al contrario, aplaudía feliz de lo brillantes que eran.

— Gracias, papá Sev, pero quiero algo más lindo aún.

— Siempre conseguirás lo que quieras.


Anabela asintió y continuó intentándolo hasta que finalmente lo consiguió. Su rostro resplandeció de alegría mientras deseaba que cuando llegara realmente su momento de hacer magia, pudiera heredar el Patronus de su madre.


Imposible no quererteTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon