Un adiós que rompe corazones

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Un adiós que rompe corazones




Los tres salieron al corredor donde la gente corría desesperada, los visitantes se preocupaban por sus familiares hospitalizados y se apostaban en la entrada de sus salas mientras que otros se organizaban con medimagos y enfermeras para ir en defensa del hospital.


Harry aferró a su bebé contra su pecho, jadeó asustado palpándose los bolsillos de su pijama en busca de su varita sin importar que ya sabía que no la llevaba consigo.


— ¡Mi varita! —imploró desesperado, un numeroso grupo de mortífagos se acercaban con rapidez—. ¿Dónde está mi varita?


Severus le escuchó pero no tuvo tiempo de responderle al dedicarse por completo a repeler algunas maldiciones que iban contra ellos. Un rayo oscuro pasó demasiado cerca por lo que necesitó saltar lejos para poder esquivarlo y su corazón dio un vuelco al ver a Harry arrinconarse contra una pared mientras continuaba protegiendo a su hijo con su propio cuerpo estremeciéndose de horror ante el peligro que corría.


Logró deshacerse de un par de mortífagos que corrían hacia Harry con sus varitas amenazantes, pero por más que intentaba le era demasiado difícil poder acercarse a él. Buscó a Hermione con la mirada, ella estaba a menos distancia y luchaba con todas sus fuerzas, lo hacía bastante bien a pesar de sus problemas.


— ¡Granger, ayude a Potter! —le gritó exasperado.


Hermione le escuchó y asintió, intentó acercarse más a su amigo pero un descuido la hizo salir expulsada hacia la pared contraria.


Severus gruñó, era demasiada mala suerte. Vio cómo un mortífago apareció junto a Harry, ya no podía hacer nada por defenderlo, un calor frío le recorrió la espalda mientras impedía que el resto continuara acercándose. Harry gritó cuando el extraño intentó arrebatarle a su hijo. El niño lloró y Severus quiso correr hacia ellos sin importarle bajar su propia guardia.


Harry consiguió a base de patadas y mordidas que el mortífago no se quedara con el bebé.


— ¿Está bien, Potter? —preguntó Severus llegando hasta él.

— ¡No, no lo estoy! —bramó sin dejar de temblar y estrechar más a su hijo contra su pecho—. ¡¿Dónde está mi maldita varita?!


Fue entonces que ambos repararon en Hermione, al parecer no habían visto cuando logró recuperarse del ataque, ella salía en ese momento de la habitación de Harry y llevaba su varita en la mano.


— ¡Atrápala! —le gritó arrojándosela desde el otro extremo del pasillo, ya no podía acercarse más, tenían que continuar refrenando a los mortífagos.


Harry logró atrapar su varita, pero cuando quiso unirse a Severus y Hermione en la lucha, sólo logró la aparición de indefensas chispas de colores que provocaron la risa de los mortífagos. Ni en las clases más desastrosas de oclumancia Severus había visto en Harry tan expresión de frustración, sus ojos verdes retenían lágrimas de ira y miedo mientras retrocedía sin dejar de cubrir a su bebé.


Eso fue más de lo que pudo soportar, se embraveció por la burla y la ofensa. Él tampoco recordaba tanta furia en su corazón, no iba a permitir que nadie osara humillar a Harry Potter, y todo ese coraje le ayudó a deshacerse de casi media docena de mortífagos en pocos segundos. Sin embargo continuaban llegando por el fondo del corredor.


Fue entonces que otro estruendo sonó. Severus reaccionó a tiempo para arrojarse contra Harry y apartarlo de un derrumbe. Por varios segundos no vieron nada debido al polvo acumulado en el ambiente, Severus sólo escuchaba la respiración agitada de Harry que no sabía qué hacer para que su bebé no se asfixiara.


Con un hechizo Severus logró aplacar la nube y entonces vio a Hermione parada frente a ellos, comprendió que había sido su alumna quien derrumbara el techo y de esa forma logró poner una barricada que les mantenía a salvo, por lo menos temporalmente.


— Llévese al bebé, Profesor. —le pidió Harry colocándolo en sus brazos.

— No puedo irme y dejarlos solos, su magia aún no se estabiliza, Potter.

— ¡Yo no importo! —exclamó desesperado—. ¡Por lo que más quiera, usted es el único que puede sacarlo de aquí, se lo suplico, Profesor! ¡Salve a mi hijo!


Severus casi se había olvidado de respirar, era un tormento saber que el bebé corría demasiado peligro pero era un tormento igual el pensar en marcharse y dejar a Harry sin protección. Sentía su corazón romperse en mil pedazos. Instintivamente abrazó a su alumno procurando no lastimar al bebé, Harry le correspondió al abrazo por unos segundos en total silencio. Severus sentía que esa despedida podría ser para siempre si Harry no lograba salir vivo de ese lugar, pero no tenía ninguna duda, lo único que su alumno pensaba que valía la pena era asegurar la vida de su hijo.


— No podemos perder tiempo —apremió Harry separándose—. No puedo irme con ustedes, debo distraerlos, por favor, usted sáquelo de aquí, y entréguelo a los Bristow. Dígales que tienen que irse ya.


Severus dudó pero al cabo de unos pocos segundos tomó aire para asentir. Harry le sonrió agradecido, y con suavidad despejó el rostro de su bebé para besarlo en la frente mientras le susurraba "Te amo, y ahora te doy el mejor regalo que yo nunca tuve: una vida normal"


Suspiró y junto con Hermione abrieron un boquete en la pared de una habitación desocupada, la magia de Harry logró funcionar aunque continuaba siendo débil y errática. Llegaron a otro corredor que lucía despejado y entonces volvieron a cruzar mirada antes de despedirse en silencio. Hermione y Harry salieron corriendo hacia su derecha donde al final del pasillo se vislumbraba más pelea, ahí se unieron al equipo de medimagos, que, si no eran expertos en combates, estaban logrando defender lo mejor posible su lugar de trabajo.


Severus les vio marcharse. Le agobiaba notar la perturbación de Hermione y la convalecencia de Harry, ninguno de los dos estaba en condiciones de pelear al máximo. Envió su Patronus pidiendo ayuda, no podía dárselas él mismo, en sus brazos tenía la más importante de las misiones.


Giró sobre sus talones estudiando a su alrededor, las barreras de San Mungo eran fuertes, así que los mortífagos debían haber entrado por la puerta principal. Un verdadero descaro. Su única oportunidad era encontrar una chimenea.


Imposible no quererteWhere stories live. Discover now