—De acuerdo. Vamos a dividirnos —expresó, al mismo tiempo que emprendió a caminar hacia el ascensor.

Mientras subían al piso de pediatría, indicó que le parecía lo más óptimo empezar buscando en la zona más cercana a la habitación de Mía. Ellas aceptaron, cada una fue a un extremo contrario y él, comenzó a buscar en el centro. Intentó mantener la calma para no alterar el ambiente, que seguía inmerso en el ritmo habitual. Se topó con un par de colegas que, al tanto de la situación, se mostraron preocupados, pero aseguraron no haberla visto. Preguntó a pacientes que transitaban los pasillos, también a enfermeros, celadores, personal de limpieza. Las respuestas continuaron siendo negativas, más no perdió la esperanza. Siguió. Revisó armarios, bajo las camas, incluso cualquier recoveco que sirviera de escondite para una niña de diez años.

Nada.

Abrumado, se detuvo a mitad de un pasillo. Observó hacia los lados, esperando que Lucy o Carol surgieran desde algún lado con buenas noticias, pero tan solo vio hacia el vacío. Fue entonces que, su mirada se clavó en la puerta que tenía enfrente.

Ingresó a la pequeña sala de vendajes y apósitos, allí había un par de estanterías y un armario metálico de puertas anchas, color gris. Bajo sus pies, encontró un brazalete que supo reconocer al instante. Estaba hecho de mostacillas que él mismo le había obsequiado a Mía días atrás, ya que, además de colorear, también se entretenía creando bijouterie. Se agachó, recogió el accesorio que combinaba mostacillas púrpuras, celestes y en medio, contenía un corazón plateado. Tras comprobar que, efectivamente, pertenecía a ella, lo guardó en su bolsillo y cauteloso, avanzó hacia el armario. Al aproximarse a la rendija, escuchó un par de ruidos casi imperceptibles, no obstante, supo que estaba ahí. La había encontrado. Entendió la habilidad que tenía Mía para ocultarse, lo sencillo que le resultaba pretender que era invisible. Quedarse en silencio. Reprimirse. El corazón se le estrujó porque también comprendió que, aquella capacidad era producto de años de sufrimiento. Años ocultándose para <<no causar molestias>>, dado que un adulto le había hecho creer esa mentira.

Tragó saliva, armándose de valor.

—Mía. ¿Estás ahí? —Murmuró en un tono que emanaba paciencia—. Soy yo. Theo. ¿Puedes salir? —No recibió respuestas—. Lo que sea que haya pasado, lo resolveremos. ¿De acuerdo? Estoy aquí. —Aguardó un par de segundos más, pero ella seguía inerte—. Voy a abrir. ¿Está bien?

Poco a poco, Theo apartó la puerta. Descendió la mirada, divisando las rizadas hebras pelirrojas, su cabeza oculta entre sus rodillas flexionadas, abrazándose a sí misma. Hecha un ovillo. Largó un suspiro de alivio, mientras se inclinaba hasta quedar a su altura.

—Ahí estás, cariño. No imaginas el susto que me diste —pronunció, todavía angustiado por la situación. Cauteloso, extendió una mano para acariciar suavemente su espalda—. ¿Quieres decirme qué pasó?

Aún sobresaltada, Mía elevó el mentón. Tenía los ojos inundados de lágrimas.

—Volvió. Lo vi en mi habitación. Quiere llevarme de vuelta.

—Ey, ven aquí —pidió, a lo que Mía reaccionó arrastrándose hacia él. Buscó el hueco entre sus brazos, donde Theo la estrechó y la meció ligeramente. Estaba tan asustada—. Tranquila. Estarás bien.

—Nunca dejará de buscarme —sollozó sobre su pecho—. Solo quiero que me deje en paz.

Estoy aquí, Mía. Nada malo te va a pasar, no te preocupes.

Horas atrás, Mía se encontraba en su habitación. Sentada en la cama, armaba un brazalete de mostacillas tarareando una alegre canción en voz baja. Ocurrió en un parpadeo. De pronto, Andrew Wilson estaba en su habitación. A pesar de sentirse aterrada, decidió que no caería fácilmente, sería más rápida. Tocó el botón de emergencias, aún así, tuvo la sensación de que el tiempo avanzaba a pasos de tortuga. Los segundos se volvían interminables mientras aguardaba por ayuda. Siguió su instinto, corrió hasta perder de vista a su padre, se metió en la primera sala que se cruzó en el camino y luego, se ocultó en la parte baja de un armario. El pecho le ardía. Su respiración se volvió tan acelerada que tuvo que abrazarse a sí misma en busca de calma. Estaba convencida de que, si salía de ahí, algo malo pasaría. Pensó que quizá, debería permanecer en ese oscuro rincón para siempre, hasta que escuchó la voz de Theo del otro lado. Entonces, no resistió en aferrarse a él, cobijada en los brazos de la única persona en el mundo que la protegía.


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Frágil e infinitoWhere stories live. Discover now