—Te equivocas, mamá. El problema no soy yo. Tú lo eres. Tú has pasado gran parte de tu vida preocupándote por el <<¿qué dirán los demás?>>, en vez de intentar entenderme y aceptarme como soy. Si lo hubieras hecho, quizá nunca habría huído de casa ante la primera oportunidad.

Mónica permaneció inmutada. Era la primera vez que su hija alzaba la voz, decidida a poner un límite. Lucy dejó la copa vacía a una orilla de la mesa, al mismo tiempo que la iluminación se volvía más tenue y el volumen de la música subía. Reprimió las ganas de llorar, por el simple hecho de que estaba harta de estar triste. De permitir que su familia influyera en su estado de ánimo. De vivir con el deseo repulsivo de querer correr a esconderse en su casa porque a veces el mundo a su alrededor era demasiado y la agobiaba. Poco después, Theo la encontró. En medio de la pista, aferró las manos a su cintura y la hizo bailar al compás de las melodías, mientras intercambiaban besos. Sonrisas que se convirtieron en carcajadas. Giró sujeta a su mano, hizo el ridículo y saltó cuando sonó esa canción que tanto la encendía. Olvidó los murmullos, las críticas y lo que pudieran pensar los demás sobre su vida. Se permitió ser tan solo una chica que portaba su vestido favorito, dejándose querer con locura por el amor de su vida.


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—En realidad no estuvo mal ¿eh? —Theo abrazó a Lucy por detrás. La meció en sus brazos mientras ingresaban a su casa. Ella había tomado prestado su saco azul oscuro, él había perdido la corbata en algún momento de la noche, cuando le empezó a resultar demasiado incómoda. Llevaba la camisa remangada, los primeros dos botones desprendidos—. Creo que no salía a una fiesta desde los treinta —bromeó. Al mismo tiempo, dirigió la boca a la curvatura del cuello e inició una seguidilla de besos.

—Sí. Estuvo bien. Excepto por la parte en que mi madre me recordó con palabras suaves que seré un fracaso el resto de mi vida. Pero sí, estuvo bien —murmuró con ironía, cerrando los ojos para apreciar los estímulos electrizantes que él producía.

—Lo siento. No sabía qué...

Ella dejó caer la cabeza ligeramente hacia atrás, lo que le permitió mirarlo. Horas atrás, creyó que se veía irresistible vistiendo un traje de gala impecable, sin embargo, acabó cambiando de idea. Lucía aún más atractivo con el cabello un tanto despeinado, la camisa desarreglada y el modo en que se comportaba cuando estaban a solas.

—No importa, Theo. No quiero que me consueles. No esta noche.

—De acuerdo. Haré lo que me pidas. ¿Qué quieres, Lu? Dime.

—Que vuelvas a hacer justo lo que estabas haciendo antes de... —Él volvió a besarle el cuello, dejándola sin palabras. Sus manos rodeando su cuerpo, los labios sobre su piel, su cálida respiración... La hicieron estremecer por completo.

—¿Y qué más? —pronunció en su oído—. ¿Qué más quieres?

—Uhm, quiero que me lleves a tu habitación, Theo —largó. Su respiración estaba afectada, su vientre repleto de una sensación cosquillosa que cada vez se volvía más intensa. Nunca pudo imaginar que sería capaz de sentir tanto. La sensación no se detenía, a medida que él encontraba un nuevo espacio para besar o acercaba su mano a ciertos lugares, se incrementaba—. Lo quiero todo. Todo contigo.

Lucy emitió un gritito de emoción cuando Theo la sujetó de sorpresa, despegando sus pies del suelo. Su cabello se meció en el aire, el hormigueo en la boca del estómago se transformó en una emoción desesperante pero adictiva, sonrió embobada al contemplarlo de perfil y, mientras se encaminaba a la habitación, sintió que estaba a mitad de un viaje en dirección al cielo.


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El intermitente sonido de su teléfono lo despertó. No estaba seguro de cuánto tiempo había dormido, pero podía notar los rayos de sol a través de la ventana. Bajo su brazo izquierdo, Lucy dormía plácidamente vistiendo solo una de sus camisetas. Trató de incorporarse mientras un torrente de recuerdos se propagó en su mente, todos pertenecían solo a ellos, horas atrás, dentro de esa habitación, sobre esa cama. Tras apartar la manta, percibió una brisa de aire fresco atravesar la piel de su torso desnudo. En seguida se estremeció. Nada deseaba más que volver a tumbarse justo al lado de Lucy. Sin embargo, el teléfono volvió a chirriar y atendió en cuanto leyó el nombre en la pantalla <<Carol>>.

—Ey, lo siento. Sé que recién te toca el turno de noche, pero Mía no está.

—¿Eh? ¿Cómo que no está? ¿Carol?

—No lo sé, Theo —también sonaba desesperada—. Tocó el botón de emergencias. Cuando corrimos a verla, ya no estaba.

—¿Llamaron a la policía? —cuestionó, mientras se restregaba el rostro. Todavía no conseguía procesar lo que estaba pasando. Tan solo acababa de abrir los ojos... ¿Cómo era posible?

—Sí. Están viniendo.

—Bien. Gracias por llamar, Carol. Ahora voy.

Tan rápido como fue posible, Theo salió de la cama. Corrió al baño. Luego, comenzó a vestirse con lo primero que encontró. Trató de no alterar el ambiente para que Lucy pudiera continuar durmiendo, aunque poco después, ella abrió los ojos y siguió sus movimientos, repleta de preocupación. Notó al instante que algo estaba pasando.

—¿Theo? ¿Todo está bien? —se removió en la cama, intentando despejarse.

—Parece que Mía desapareció. No está. Tengo que ir al hospital —explicó, al mismo tiempo que se colocaba una chaqueta oscura.

Lucy tragó saliva, afligida. También le costó asimilar la magnitud de lo que estaba pasando. Lo último que recordaba era haber caído exhausta en sus brazos, donde se acurrucó hasta dormirse. De pronto, despertó en medio de ese caos. Percibió la angustia que oscurecía la expresión de Theo y experimentó una ligera presión en el pecho, la amargura de verlo así le quitaba la respiración. Entonces, no lo dudó ni un segundo.

—Dame un momento. Voy contigo —pronunció. Quería estar a su lado cuando el mundo brillaba a su favor, pero también cuando su mundo flaqueaba, las luces perdían fuerzas y el camino se volvía turbulento. 


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Frágil e infinitoWhere stories live. Discover now