34 | El sexto guardián

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34 | EL SEXTO GUARDIÁN

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34 | EL SEXTO GUARDIÁN

Habían pasado un par de días desde su partida del Refugio. Las heridas de aquella explosión aún eran recientes y no necesariamente las externas. Emocionalmente, todos estaban exhaustos. Tras comprobar la gravedad de la situación, a Dylan y a Nathalia no les quedó más remedio que aceptar su nueva realidad, especialmente Nathalia, que durante algunos días más se mostraba reacia a todo aquello, tratando de encontrar alguna posible salida a sus circunstancias como alguna vez también hicieron el resto de sus compañeros guardianes. Sin embargo, pasaron más días de los previstos y eso les permitió a los nuevos guardianes integrarse aún más en el grupo. Laila volvía a ser la misma de siempre; su esencia había regresado. No obstante, hubo un pequeño cambio en ella, una pizca de brillo en sus ojos cada vez que conversaba con Nathalia.

Teodora percibía algo que las unía.

Siguieron transcurriendo los días y el cambio de un clima a otro durante su travesía era notable. Ya hacía algunas horas que los paisajes áridos habían empezado a transmutar en entornos más o menos forestales y las temperaturas empezaban a descender considerablemente. Sin embargo, todo era demasiado rutinario. Durante el camino se encontraron con algún que otro poblado, pero solo se detenían si era preciso. Aunque trataban de limitar las reservas de comida y agua para los días que les esperaban y se hacían con algunos de los recursos que la naturaleza les daba, estaban hambrientos. El viaje hasta la Guardia Oficial les estaba resultando más largo y duro de lo esperado. Teodora se prometió a sí misma que, si alguna vez volvía a Montgomery, no se quejaría en vano como siempre hacía por cosas triviales. Estaba comprobando por ella misma lo que era el verdadero cansancio, pasar hambre y tener que limitar algo tan básico como la comida por el bien de todos.

¿Cuántas personas en su mundo habrían pasado hambre? ¿Cuántas personas habría allí afuera humildes, felices y agradecidas por recibir algo tan simple como un plato de comida sobre la mesa?

—Allí se ve un poblado. —Indicó Varion a lo lejos. Teodora miró al frente, donde se visualizaban casas iluminadas por una luz tenue—. Quizá podamos detenernos a pasar la noche allí. Llevamos demasiados días durmiendo a la intemperie y nos vendría bien descansar. —El comandante elfo tenía razón y ni Teodora ni ninguno de los guardianes iba a negarlo.

—Sí, quizá puedan darnos algo de comida caliente —añadió Teo frotándose a sí misma. A su lado, Shaun conducía las riendas del carruaje como era de costumbre.

—Vale, pero no creo que debamos adentrarnos demasiado. Quizá podríamos acampar en las afueras —dijo el elfo a su lado.

—Shaun tiene razón. —Asintió Laila—. Podrían estar espiándonos. —Teo y el resto asintieron.

Cuando se aproximaron lo suficiente, acamparon en las afueras del poblado, a algunos quilómetros de lejanía. Si querían visitar alguna taberna para conseguir algo de sustento, tendrían que ir andando. Cuando habían preparado lo necesario para pasar la noche, caminaron en mitad del atardecer en dirección a aquel pequeño poblado. Con sus calles iluminadas por luces tenues, los guardianes y algunos de sus acompañantes se encaminaron hacia su interior. Aquellas calles, con aquellas gentes, a Teodora le recordaban mucho a Lejre. La diferencia era que aquel era un poblado mixto, parecía haber distintas razas residentes y era de arquitectura propia de un pintoresco pueblecito de montaña. Sus tejados eran de pizarra, preparados para una posible nevada, y sus casas de madera aislante del frío.

CRÓNICAS DE LA MADRE TIERRA I: Los mundos de TeodoraWhere stories live. Discover now