28 | Los amantes del Golfo

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28 | LOS AMANTES DEL GOLFO

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28 | LOS AMANTES DEL GOLFO

Hacía ya semanas que habían dejado atrás las tierras de Gardh y el cansancio empezaba a hacer mella en el grupo: noches sin descansar, comida limitada. A menudo, se organizaban en expediciones para conseguir alimento; toda una misión de supervivencia que Teodora nunca imaginó que viviría. Al igual que Amira y Ethan, cuyo regreso no había resultado fácil. Habían pasado varios días desde que los dos humanos habían regresado. Con el pasar de los días, Amira se mostraba cada vez más interesada por aquella forma de vida, por aquellas criaturas sacadas de una novela de literatura fantástica y por aquel sueño que estaban viviendo en su misma realidad; ahora dividida en dos. Como todo guardián o guardiana, ambos humanos recién llegados experimentaron altibajos. Ethan, el más escéptico y desconfiado de ambos, al principio rehuía de lo que estaba experimentando. Inmerso en su propia convicción racional, intentaba buscarle alguna explicación lógica, como él mismo admitía. Sin embargo, lo único que logró encontrar eran aquellas buenas gentes viajando como nómadas, llenos de historias por contar y un enorme universo alterno por conocer. Poco a poco, también Ethan fue acercándose a los chicos; a Elrond, a Shaun, a Taurion.

Aquella tarde Teodora salió de la tienda de campaña y los observó practicar con la espada. Habían acampado esta vez casi a orillas del mar, en un rincón escondido a metros del golfo. Ethan tenía el cuerpo fornido y, a diferencia de ella, se le daba bien sujetar la espada. Era ágil al practicar con Shaun y los chicos. Teniendo en cuenta las circunstancias y a pesar de su escepticismo inicial, el chico sorprendió gratamente a todos los presentes cuando se hubo adaptado algo más a la nueva situación. Se mostraba, incluso, entusiasmado.

—¡Teo! —exclamó Amira, saludándola desde lejos.

A unos metros, Teodora observó a Amira y a Laila practicar el tiro con arco. La brisa del mar les alborotaba el cabello. Acostumbrados a bosques frondosos y caminos profundos entre montañas y ríos, cambiar de paraje les hacía bien. Y qué mejor que escuchar el sonido del mar de fondo y su característico aroma.

Teodora hacía mucho que no olía el mar y se sentía bien, como un nuevo comienzo.

Amira apuntaba con el arco y una flecha a una diana que Laila había montado allí mismo. Caminando sobre la arena, Teo se acercó a ellas mientras observaba cómo la chica, ahora también guardiana, tensaba la cuerda del arco para lanzar la flecha hacia la diana. La punta cayó sobre un lateral, sin dar al blanco.

—Laila me está enseñando a usarlo —dijo alzando el arco.

—Eso es bueno, lo vas a necesitar. —Le sonrió Teo, aunque desearía que Amira no tuviera que necesitarlo.

—¿Te gustaría probar? —le preguntó, ofreciéndole el arco.

—Sí, claro. —Aceptó, agarrándolo entre sus manos—. Me vendrá bien practicar, hace mucho que no lo hago. —Y apuntando a la diana, preparó la flecha y tensó la cuerda del instrumento cuando esta estuvo preparada. Cerró un ojo y comprobó que estaba en la posición correcta. Soltando un suspiro y con la pluma de la flecha muy cerca de su rostro, soltó la cuerda y la flecha viajó a gran velocidad hasta clavarse en la parte de abajo del blanco. Aun así, había acertado.

CRÓNICAS DE LA MADRE TIERRA I: Los mundos de TeodoraWhere stories live. Discover now