15 | La propuesta de Owen

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15 | LA PROPUESTA DE OWEN

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15 | LA PROPUESTA DE OWEN

Teodora llegó a Lejre al siguiente día, respaldada por Shaun y Laila. Tom ya los estaba esperando en la pequeña plaza principal del poblado, donde quedaba el punto de reunión con Owen y los demás.

Vestida con unos pantalones de tela color marrón ajustados a sus piernas, unas botas camperas, una blusa azul marino cuyas mangas le llegaban hasta los codos y una especie de chaleco de cuero que la cubría, la guardiana se encaminaba temerosa, pero decidida. Su cabello del color del fuego estaba atado en una trenza y llevaba el arco y las flechas colgados de la espalda, por si acaso. En aquel momento, Teodora parecía una Katniss Everdeen en la última parte de Los Juegos del Hambre: era como si de una simple muchacha lectora de Montgomery hubiera arraigado una figura femenina épica fruto de su fuerza interior. A pesar de ello, nadie en el poblado sabía por qué estaban allí en aquel momento. Al menos solo lo sabían unos pocos, pero en el momento en el que Teo se reencontró con Tom en la plaza, la multitud empezó a murmurar. La guardiana tragó saliva mirando a su alrededor.

—Tranquila —añadió Tom—, todo irá bien. —La tranquilizó y Teodora le devolvió la sonrisa con nerviosismo.

Se adentraron en una especie de taberna en la que poca gente había todavía a aquellas horas tempranas de la mañana. Teodora miraba de un lado a otro, aún con cierto nerviosismo. Era una sala con el suelo de madera desgastado, como si sus tablas las hubiesen pisado muchos hombres y mujeres a lo largo de los años. Había mesas y sillas repartidas alrededor y una iluminación tenue que aún brillaba en la sala. Los primeros rayos de sol entraban con fuerza a través de las ventanas, húmedas y frías fruto del rocío exterior. A pesar de ser temprano, Teodora se fijó en algunos comensales que ya tomaban su desayuno matinal y algún que otro personaje ebrio y adormecido al que el tiempo había traicionado. Y en el fondo, una gran barra de bar se extendía con taburetes que la decoraban y unas estanterías repletas de botellas de alcohol. En un momento dado, la guardiana miró al tabernero, el que era dueño del lugar, en busca de una respuesta. Antes de que la joven pronunciara palabra, el hombre de barba grisácea e imponente figura señaló con el mentón la dirección de unas escaleras.

—Está arriba —le dijo. Teodora asintió.

—Gracias. —Le sonrió al hombre en agradecimiento.

En silencio, la guardiana, los dos elfos y el brujo empezaron a subir los escalones que los llevaron a un segundo piso; un segundo piso que curiosamente estaba vacío.

—¿Por qué no hay nadie? —preguntó Laila.

Era una planta vacía, con el suelo de madera en mejor estado que el de la planta baja y unas ventanas por las que entraba la primera luz del día. Había una mesa y unas cuantas sillas de madera amontonadas en una esquina, como si estuviesen esperando a que su dueño las desempolvara para dar asiento a algún comensal. Y allí, al fondo, una puerta de madera. La guardiana se dirigió a la puerta cerrada y Shaun se puso a su lado, empuñando la espada. Teodora miró al elfo, esperando una aprobación para abrir aquella puerta misteriosa y Shaun asintió: él la cubriría.

CRÓNICAS DE LA MADRE TIERRA I: Los mundos de TeodoraWhere stories live. Discover now