Prólogo

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 La ciudad estaba desierta, de costumbre nunca dormía, pero esa noche, la vida se apagó con la luz de la luna y la oscuridad del sol. Las almas descansaban en sus aposentos, soñando que no volverían a abrir los ojos para ver la maldad ajena. Aquella noche, una alma no encontraba lugar para descansar, y caminaba en la oscuridad sin rumbo alguno mientras estrellas en el cielo seguían sus pasos cansados. Sus demonios lo atormentaban, su corazón ardía, su piel se quemaba, había muerto y su estadía en el infierno apenas comenzaba. Nada antes le había sido tan doloroso como perder lo último que le quedaba en la vida. El frío del invierno lo llevo a la conclusión que las esperanzas de vivir ya se habían acabado y caminaba en la oscuridad sin rumbo alguno. Dicho inefable dolor corroyó su mente, impidiéndole razonar algo más sensato que cavar su futura tumba. En su infalible tarea, desapercibió que alguien lo llamaba. El sudor de su frente humedecía la tierra facilitando el trabajo, lo que en su mente sería el último esfuerzo antes de acostarse a esperar la muerte. Un pequeño susurró se escuchaba a la largo como dos pies que acariciaban la tierra al caminar. De pronto, una voz llenó de paz el mundo, su Mundo. Él seguía cavando en la oscuridad sin levantar la cabeza, sin ver que arriba alguien lo llamaba, hasta que sus manos le comenzaron a doler y el aire le empezó a faltar y vio que la profundidad de su hoyo cubría la totalidad de su altura. Aún no podía escuchar nada, se sentó y sintió que una luz tenue iluminaba su rostro, inconscientemente levantó su mano para evitar que esta entrase en sus ojos , pero la intensidad de la luz quebró dicha muralla. Se levantó por curiosidad y una mano delicada y radiante le ofreció ayuda para salir, su inconsciente lo obligó a retroceder, tal vez por miedo o por desconfianza. La mano seguía allí esperándolo, hasta que aceptó la ayuda y salió, en el proceso cerró los ojos sintiendo que levitaba hasta alcanzar la superficie.

Allí estaba ella, irradiando luz, esperándolo con los brazos abiertos y sonriente. Su semblante era como el de una deidad pura, exótica, como un ángel bajado del cielo. Entonces sus ojos se abrieron y volvió realizar que la vida valía más que una fosa decorada por un epitafio improvisado. Él corrió a ella, abrazándola como la primera vez y aferrándose a una nueva oportunidad mientras ella le susurraba al oído palabras de fe y amor, pero poco a poco su voz dejó de acariciar sus mejillas esfumándose entre la nada y sintió que lo abandonaban...la soltó y su vestido antes blanco, se había teñido de rojo. Él observaba fijamente como su figura se desvanecía lentamente y sin dejar rastros, dejándolo con el deseo de grabar en su mente el aspecto fulgurante de su rostro y el aroma de su cuerpo para que durase en la eternidad. Luego no quedó más nada que un silencio fúnebre, la soledad volvía a adueñarse de la ciudad. Él aún seguía en un estado de confusión cuando súbitamente sintió su corazón palpitar cada vez más rápido, el aire le faltaba nuevamente, levantó sus manos y vio la sangre que goteaba de sus dedos y enrojecía la nieve bajo sus pies al igual que el vestido antes blanco que alguna vez perteneció a ella... Y caminaba en la oscuridad sin rumbo alguno. Aquella noche sus demonios huyeron a un lugar más seguro, dejándolo solo, libre. Ya no tenia fuerzas, y conscientemente regresó a su tumba, se acostó y colocando sus manos en el pecho esperó que esta vez la muerte no se olvidara de él.

  

  

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Llueve el cielo en agosto ( Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora