45. Cenizas que se van

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— Amelie por favor ábreme. Necesito saber que estás bien. — Le rogaba Nick con la frente y ambas manos pegadas a la pesada puerta de madera todavía cerrada.

Él le había dado hasta la mañana siguiente para recomponerse, solo unas pocas horas de esa soledad que ella solía buscar y luego comenzó a llamarla, a enviarle mensajes. 

Pero Amelie se mantuvo en el más absoluto y gélido de los silencios, preocupado porque no le había respondido a nada, decidió que lo mejor sería presentarse en su casa para poder verla con sus propios ojos y asegurarse de que estaba bien, entre otras cosas.

También tenía que hablar con ella, debía contarle la verdad, consolarla, decirle que tenía una solución y que no debía preocuparse por el libro, aunque eso la enfadara todavía más.

— Por favor mi Princesa... Déjame entrar.

Nick llevaba allí ya unos cuantos minutos sin la menor señal de respuesta por su parte, así que finalmente iba a darse por vencido y marcharse, al menos durante unas cuantas horas más, cando escuchó por fin el crujido de la cerradura.

Nunca pensó que ese sonido algún día le parecería tan maravilloso.

Amelie abrió apenas una rendija por la que asomó la cara, estaba totalmente pálida, ojerosa y con los ojos bastante hinchados de llorar. ¿Se había pasado la noche en vela preocupada?

Debió haberlo imaginado, no podía creer que hubiese sido tan tonto de dejarla pasar por todo ese sufrimiento en vano, ella haría bien enfadándose con él si quería.

— Ya me has visto, estoy de maravilla, ahora puedes irte. — Dijo con evidente ironía, porque a la vista saltaba que estaba en un estado lamentable.

Como él simplemente la miraba con el dolor grabado en los ojos empezó a cerrar, no pensaba también aceptar su lástima ahora. Pero Nicholas sostuvo la puerta impidiéndolo.

— ¡No! Por favor... tengo que hablar contigo, necesito que me escuches.

Luego de unos segundos de duda, ella abrió la puerta completamente y le dejó entrar. No quería verlo, pero al mismo tiempo lo necesitaba justo ahí, a su lado, para sentirse mejor, un poco menos rota, menos vacía, menos miserable.

Amelie llevaba la misma ropa que el día anterior, solo que ahora estaba totalmente arrugada, el café que había comprado aquella mañana se encontraba todavía derramado justo donde había caído y el pequeño paquete de bollos yacía también en el mismo lugar completamente empapado por la bebida marrón.

La traidora chimenea también estaba apagada, completamente fría y sucia, como si la hubiesen dejado apagarse completamente sola, agonizar hasta que ya no quedó nada más que consumir.

Todo en la casa se encontraba de la misma forma, extinto y a la vez detenido en el tiempo. Como si todo allí dentro se hubiese quedado congelado en el instante de la tragedia, como una película a la que deciden poner en pausa y se mantiene estática durante horas hasta que alguien decida volver a darle vida.

Así se sentía la atmosfera del lugar, estática, congelada, triste y solitaria; como si su dueña ni siquiera se hubiese molestado en llegar. Pero Amelie había estado ahí todo el tiempo, sola, quieta, como si tampoco ella existiera.

Era realmente desgarrador verla así, él podría haberle ahorrado tanto dolor y lo haría a partir de ahora. Fue un tonto al esperar para dejarle su propio tiempo, esperaba que eso la ayudase a recomponerse, pero había sido totalmente al contrario. Tendría que haberlo imaginado.

— Amor... — Dijo con suavidad e intentó acercarse para abrazarla, pero ella se alejó haciendo acoplo de las pocas fuerzas que le quedaban. 

Porque lo último que deseaba era rechazarlo, pero sabía que si no lo hacía se derrumbaría definitivamente entre sus brazos y entonces ya sería totalmente incapaz de recoger los trozos.

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Where stories live. Discover now