44. Fuego y unas cuantas cenizas

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Los agradables días de verano habían llegado a su fin dando paso a los frescos anocheceres del otoño, las cuales también se habían marchado rápidamente para recibir a las gélidas tardes invernales. Lo mismo había sucedido con los días, que seguían sucediéndose uno tras otro increíblemente de prisa desde que eran felices juntos.

Pese a todo, ella percibía una extraña sombra tras los ojos de Nicholas al observar el collar alrededor de su cuello, así que disimuladamente había dejado de utilizarlo. Tal y como había pensado al recibirlo, aunque fuera realmente hermoso, no le importaba que estuviese guardado si con eso hacía feliz a su querido Señor Ojos de Paraíso; además, tampoco es que se sintiera cómoda llevándolo. 

El problema es que aquella oscuridad o mal estar en su mirada, parecía hacerse mucho más intensa cuando ella no traía puesto el colgante. No podía ser, tal vez eran simplemente alucinaciones suyas, porque realmente no comprendía nada.

Daba igual, pensaba mientras volvía a casa con un par de cafés y unos bollos recién horneados para sorprenderlo, ahora no tenía sentido pensar en eso porque el clima era tan frío que siempre llevaba cuellos altos o bufandas y por tanto el collar no se veía. El invierno sería su aliado con la excusa durante unos meses, hasta que todo el mundo olvidase la existencia de la maravillosa pieza que ahora descansaba cómodamente en el fondo de un cajón.

*

Nicholas todavía no entendía por qué había dejado entrar a Edward siendo que Amelie no estaba en casa, debería de haberle dejado esperando en el rellano y sin embargo ahí estaba, cómodamente arrellanado en el sofá mientras tenía que soportar ver su cara de idiota.

Aunque pensándolo detenidamente, tal vez fuera el mejor momento para aclarar con él el asunto del regalo de Amelie, su adorado regalo para ella que muy descaradamente Sommers le había robado. Es verdad que eso había sucedido unos cuantos meses atrás, pero todavía le recomía por dentro que ese imbécil se hubiese aprovechado sin remordimientos de algo que era tan especial para ellos y que había guardado con mucho cuidado durante largo tiempo para dárselo cuando llegara el momento indicado.

— Todavía no puedo creer que tuvieras la maldita de cara de aprovecharte de mí regalo. — Espetó Nicholas de malhumor y prefiriendo centrarse en encender el fuego de la chimenea que en mirar la insípida expresión de superioridad en el rostro del otro hombre.

— ¿Todavía quemado por eso Nicky? — Preguntó burlonamente. — Uno pensaría que a estas alturas ya lo habrías superado. — El aludido apretó la mandíbula y siguió removiendo las brasas negándose a mirarlo de frente.

— ¿Por qué lo hiciste? Ni siquiera sabías que había dentro.

— Siendo sincero, no pensaba dárselo ni nada por el estilo. Lo encontré de casualidad y me dio curiosidad ver que había dentro, pero la niñita me pillo con las manos en la masa y luego llegaron todos los demás así que... — No acabó la frase, simplemente se encogió de hombros como si no tuviese mayor importancia.

Eddie divisó un montón de hojas escritas a máquina sobre una mesa cercana y las tomó con total curiosidad sin prestar mucha atención a Nicholas, ya habían pasado muchos días desde entonces, que lo superara de una vez por dios. Pensó cada vez más intrigado por los papeles que acababa de encontrar y que estaba seguro de que serían el nuevo libro de Amie.

— Podrías simplemente haber negado que era tuyo.

— Podría, pero la verdad es que no quería. — Murmuro distraído por el manuscrito que tenía entre las manos: — Sobre todo después de saber que era tuyo. Gracias por haberme hecho quedar tan bien, por cierto. Aunque, he de admitir que esperaba una reacción tan elegante como la que tuviste cuando descubriste quien había hecho lo de su bebida, me decepcionó un poco tanto silencio si te soy sincero.

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Where stories live. Discover now