40. Tratando de recoger los trozos que el huracán dejó atrás

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Ya habían pasado algunos días desde que Nick había cerrado la puerta de la casa tras su espalda. 

Días de doloroso silencio, de asesina soledad, de aterradora melancolía, de extraña quietud. 

Todo a su alrededor parecía haber perdido el color, a excepción de un hermoso y luminoso par de ojos. Que eran del color de un cálido y agradable mar y que se aparecían constantemente en sus sueños o, mejor dicho, en sus desvelos.

Amelie estaba segura de que su aspecto exterior era tan horrendo como el interior, pero poco le importaba, porque todo le dolía demasiado como para detenerse a pensar en esas tonterías. ¿Por qué nadie le avisó que enamorarse era tan lastimoso? Bueno, más bien desenamorarse, aunque en realidad tampoco quería eso. 

¿Qué quedaría entonces de ella si todo lo que sentía por Nicholas desaparecía? 

Nada. Absolutamente nada. Estaría completamente vacía, hueca.

Ya no sabía cómo ser ella misma sin él, bueno, en realidad sí lo hacía, después de todo había pasado la mayor parte de su vida sin él ¿Por qué ahora no recordaba cómo eran las cosas antes de su llegada? Es verdad que le había adorado desde la distancia durante años, pero nada de su amor como fan podría haberla preparado nunca para todos los sentimientos que despertó Nick realmente en ella.

Siendo sincera, nada la habría capacitado jamás para todo lo que sintió a su lado, para todo lo que descubrió incluso de sí misma gracias a él. Sin llegar a ponerse dramática, debía admitir que el Señor Ojos de Paraíso le había cambiado la vida para bien.

Que ilusa era y ella que pensaba que escribía buenas historias de amor. 

Claro que cientos de personas le habían hablado de lo duro que podía ser el amor a veces, pero Amelie en el fondo nunca lo había creído. Comprendía que podía ser difícil, pero nunca imaginó que se sentiría de esa forma, como una especie de dolor lacerante que le atravesaba el pecho y le impedía respirar con normalidad. 

Mientras fue un bonito amor, toda ella se lleno de energía, felicidad e incluso magia; pero una vez que él se marchó, todo eso se había drenado de entre sus costillas de golpe. Dejando tras de sí, un descomunal hueco, completamente desierto y en llamas que lo arrasaban todo a su paso sin necesidad de fuego.

Sabía, sin lugar a duda, que incluso cuando eso fueran solo cicatrices. seguirían ardiendo, sangrando. Sería para siempre una horrenda herida que el bendito tiempo se encargaría de cerrar, pero que nunca llegaría a curarse completamente.

Lo había perdido todo, a su hombre real y a su príncipe soñado. 

Antes, cuando las cosas parecían ir un poco mal, siempre podía consolarse pensando en el encanto del Nick famoso para distraerse, ahora no ya no habría alivio. Había perdido sus sueños y esperanzas de un solo plumazo.

Eso le pasaba por mezclar fantasías con realidad, Nicholas era un simple ser humano que cometía errores, como el que ella había hecho al empujarlo fuera de su vida. Todavía no sabía por qué se había comportado de esa forma, es verdad que no le gustaban las peleas y mucho menos esa clase de comportamientos tóxicos; pero ahora que todo se había roto, comprendía que no tendría que haberlo tratado de esa forma.

Él era mucho mejor que todo eso, había sido un simple desliz debido a su preocupación por ella. Y ¿Cómo le había pagado por ello? Expulsándolo para siempre. ¿Cómo se suponía que podría arreglar eso? ¿Cómo se disculpa uno por actuar así? ¿Por comportarse como una completa idiota?

Se reprochaba Amelie, una y otra vez, mientras daba distraída, pasadas de pintura en una de las paredes de su salón.

— ¿Dónde está la hermana más pequeñita y bonita del mundo? — Gritó una voz emocionada desde la entrada de la casa, una que luego pasó rápidamente a ser una voz completamente sorprendida al ver lo que le estaba haciendo su apartamento. — ¡Oh wow! — Exclamó la mujer, recorriéndolo todo con la mirada.

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Where stories live. Discover now