18. Somos aire salado y mar en calma

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El sol se reflejaba en los ojos de él, haciéndolos lucir aún más luminosos si eso era posible, camuflándolos con el paisaje que les rodeaba.

 Le regaló una amplia y adorable sonrisa, que, junto con su pelo enmarañado por el viento, le daban un aspecto algo infantil o más bien inocente, pero increíblemente masculino. Amelie sintió la irrefrenable necesidad de estirar la mano para apartarle algunos mechones lisos de la frente y entonces se dio cuenta de que sus manos seguían unidas pese a que llevaban ya unos segundos caminando. 

No quería moverse, ni siquiera se atrevía a respirar muy fuerte por miedo a romper ese hechizo mágico en el que parecían haberse metido casi sin darse cuenta, pero tampoco era capaz de mantenerse en silencio.

— ¿Todavía no vas a contarme exactamente a dónde vamos?

— No, ya que estamos aquí espera a verlo con tus propios ojos. De todas formas, casi llegamos, es justo detrás de aquella duna grande.

Decía la verdad, unos escasos minutos después, atravesaron el pequeño montículo de arena y salieron a otra cala, algo más corta y angosta que la que acababan de dejar atrás. 

En ella había construida una caseta de madera no muy grande, rodeada por unas pocas mesas y sillas situadas justo a la orilla del mar, donde unas pocas personas disfrutaban de algunas bebidas frescas y de lo que quedaba de la tarde. Unos cuantos tablones de madera enterrados en la arena, conducían a la entrada del establecimiento. 

Justo al final de estos había de pie, un pequeño cartel escrito prolijamente con tiza blanca, donde se podía leer en letras mayúsculas la frase "SI NO HAY VIDA EN MARTE, IMAGINATE EN LUNES."

— De momento no hay vida en Marte, dentro de unos días quien sabe. — Amelie miró hacia Nicholas conteniendo la risa, para ver que él también estaba leyendo el divertido juego de palabras mientras sonreía.

— Me he olvidado, pero no me he olvidado de los informes. Los he dejado en el coche, te los daré luego para que puedas llevártelos a casa. De todas formas, cumpliré con mi palabra y te contaré todo lo que sé sobre el tema.

— Me parece muy bien, porque esa es la única razón por la que he aceptado venir. — Bromeó antes de volver a caminar en dirección a la entrada.

Nicholas finalmente renunció, sin muchas ganas, a esa pequeña mano que encajaba perfectamente dentro de la suya, para dejarla pasar primero por el improvisado pasillo de madera. 

El lugar era encantador y tranquilo, con un estilo rústico a la par que marino. Sin necesidad de más música ambiente que los sonidos agradables del mar o de los pájaros sobrevolando por los alrededores; aunque de todas formas podían escucharse, en un volumen bastante bajo, las notas de una antigua canción de los años cincuenta saliendo de una vieja radio situada en la esquina de la barra de bebidas. 

El local tampoco precisaba de muchos adornos, tenía de sobra con la dureza de las montañas a su alrededor, el verdor azulado del mar en calma a sus pies, o todas las tonalidades del cielo que cambian su intensidad o matices dependiendo de los momentos del día.

— Esto es impresionante. — Dijo Amelie maravillada, mirando a todas partes sin querer perderse nada. 

Hasta que la voz gruesa y decidida de un hombre interrumpió su exploración.

—¡Nicholas! ¡Muchacho! Ya era hora de que volvieras a visitarnos ¿Dónde estabas metido?

Esas palabras provenían de un hombre mayor y de tamaño impotente, con el rostro curtido por una vida evidentemente dedicada al mar y al sol. Sus cabellos blancos algo largos salían disparados por todas direcciones mientras caminaba para dar un breve pero afectuoso abrazo al joven que acababa de llegar.

¿Me voy a Marte o me quedo contigo? [COMPLETA]Where stories live. Discover now