Capítulo 20

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Hacía más de media hora que revolvía los papeles del escritorio de su padre sin encontrar lo que estaba buscando. Había llegado a La Finca en tiempo récord y había ido directo al estudio, sólo había un lugar en la casa donde estaban los documentos, sin embargo, y aunque recordaba alguna vez haberla visto, la escritura no aparecía por ningún lado.

La Finca era una hermosa casa de campo, de tamaño mediano. Tenía dos dormitorios y una habitación pequeña para invitados con dos camas individuales, pero contaba con una amplia cocina que daba a la galería y un living comedor con chimenea, además del espacioso estudio rodeado de ventanas donde su padre solía encerrarse los fines de semana a escribir o a corregir textos mientras Víctor y Esteban corrían por el parque y llegaban hasta la estancia del vecino, que era un señor mayor muy amable que siempre los invitaba a merendar galletas y a andar en sus caballos.

Esteban pagaba desde siempre un casero que mantenía la propiedad en condiciones y dejaba todo limpio para cuando él quisiera ir, incluso si le avisaba con tiempo dejaba compras hechas y comida lista. Le gustaba pasar allí algunos fines de semana para desconectar y perderse en los recuerdos, incluso iba semanas enteras durante las vacaciones. A veces Víctor lo acompañaba, pero mayormente iba solo.. su madre jamás iba por allí, La Finca era el verdadero mausoleo de su padre, donde el estudio aún conservaba su perfume y todavía estaban en un rincón de la mesa, apiladas cuidadosamente, las hojas que estaba escribiendo aquella última noche.

Se sentó en el sillón a pensar un momento y se tomó la cabeza con las manos, sintiéndose abatido... su padre le había hablado mil veces de las escrituras de La Finca y dónde estaban los papeles, pero él era un adolescente y no había prestado atención en su momento. Claro que otra opción era volver a llamar al escribano Rebasa y pedirle que busque una copia del testamento, si es que la había... pero aquellos papeles tenían más de 20 años y nada estaría digitalizado.  Sólo necesitaba reflexionar un momento y recordar.

Mientras pensaba, oyó el ruido de un coche acercándose, reconocía el sonido de las ruedas sobre la gravilla. La Finca estaba hacia adentro de un camino privado, así que se extrañó de que alguien anduviera por allí. Mientras salía de la casa, el auto se detuvo frente a la puerta, al lado del suyo. No reconocía el vehículo, pero su corazón se detuvo por un momento al abrirse las puertas, María estaba allí, con su ex-prometido y otra mujer.

Creyó que se le caía el alma al piso al verla llegar en el auto con aquel hombre, pero María le sonrió con alivio y corrió a sus brazos, desesperada. Lo abrazó con tanto amor y tanta fuerza que la sangre le volvió a correr.

-Mi amor.- María susurró en sus labios y lo besó sin importarle quién estuviera viendo.

-María... ¿qué haces aquí? -Esteban la miró con preocupación.

-Vine a acompañarte, quiero estar a tu lado, pase lo que pase. -María se dio la vuelta y tomó su mano. -He tenido que pedir ayuda para venir, recuerdas a Miguel, ¿verdad? ha sido muy amable, yo estaba muy alterada. -María intentó explicar con naturalidad, Esteban estaría muy sensible y podía molestarse por la presencia del hombre. -Y ella es mi madre, Béatrice. Me los encontré en la sastrería de casualidad. Fui a ver si podía traerme mi padre.

La madre de María se acercó con un gesto serio y la barbilla bien arriba. Esteban entendió en el instante de donde sacaba la profesora su porte de emperatriz, la mujer era muy guapa, tendría un poco más de sesenta años, el cabello negro con algunas canas y los ojos verdes de María.

-Un gusto señor San Román, todo el mundo me llama Bea.

-Un placer. Llámeme Esteban por favor.

-Lamento tener que conocerlo en estas circunstancias, pero se imaginará que no iba a dejar que mi hija viniera sola, no ha sido fácil llegar y aquí ni siquiera hay señal de teléfono.

La ProfesoraWhere stories live. Discover now