❂ capítulo veintisiete ❂

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—¡Hola Sander!

Se giró en dirección a la voz melodiosa para encontrarse a Mel, radiante como siempre. Llevaba un vestido azul cielo y el cabello castaño trenzado detrás de sus orejas. Sus mejillas estaban sonrojadas, tal vez por el esfuerzo de estar cargando una pesada caja de madera.

—Mel —Sander se dobló en una rápida reverencia antes de tomar la caja de la joven bruja con delicadeza—. Déjame ayudarte.

—¿De verdad? Ah, te lo agradezco tanto. Juro que por cada caja que he estado llevando, pierdo más fuerza.

—¿Necesitas que te ayude con otras?

—No, esta es la última. Las estoy llevando al comedor, son para las decoraciones del baile.

Así que Sander se dirigió en esa dirección junto a Mel, intentando apresurarse para regresar a su búsqueda. Mel rellenaba el silencio con un sinfín de comentarios sobre el baile, un tema del cual Sander no compartía ningún interés.

Nunca le había interesado asistir a ese tipo de eventos, se habían hecho aburridos conforme pasaron los años en el Krestum, ya que solían hacerse festejos a cada dos por tres. Jaekhar y él se saltaban la mayoría, si es que podían. Pero cuando Daerys los amenazaba para quedarse, Sander tenía que resistir noches enteras de bailes y música. Y tal vez habrían sido divertidos si hubiera tenido con quién bailar. En su lugar, se quedaba admirando a Daerys, intentando reunir el valor de pedirle una pieza o reprimir el dolor que le causaba que cortesanos o jóvenes caballeros lo hicieran en su lugar.

—¿Sander? —preguntó la suave voz de Melanie. El alfa se giró para encontrarse con la mirada de un chica que parecía estar hecha de belleza y gracia. En comparación con el resto de las brujas, Mel parecía ser la única pintada con colores distintos, como una rosa floreciendo en el invierno.

Lo estaba mirando como miraba a todos, con una sonrisa sincera, con brillo en los ojos y con paciencia infinita. Se preguntaba cómo era que fuera hija de la Matrona, cómo es que no se había marchitado cuando todo el mundo a su alrededor lo había hecho.

—Perdón, no te escuché —respondió, entrando junto a ella al gran comedor.

—Te preguntaba si te había gustado el almuerzo, te mandé una rebanada extra de pay.

Claro. El almuerzo. Algo que seguro había pasado por alto porque lo primero que había hecho había sido salir a buscar a su príncipe.

—En realidad, no he almorzado —se sinceró, apartando la mirada en dirección al interior del salón, donde podía ver que las mesas habían desaparecido y que había un montón de chicas limpiando el suelo y paredes. Un grupo de brujas adultas estaban haciendo flotar un puñado de guirnaldas y velas para colocarlas en lo alto.

—Oh, está bien. Lo pensé porque Daerys comentó que le había encantado el té y-

—¿Daerys? —se giró con más brusquedad de la que le hubiera gustado, el mundo que lo rodeaba perdió todo el color, todo el sonido, solo se enfocó en lo que Mel le estaba diciendo—. ¿Lo has visto?

¿Dónde está, dónde está, dónde está? decían los latidos de su corazón.

Mel separó los labios, a punto de decir una palabra, pero Sander supo reconocer el brillo en los ojos de la bruja, se había dado cuenta de algo.

—Es... Lo siento, pero... oh, no... no me había dado cuenta —Mel subió su mano a su boca, un elegante gesto que la hacía lucir más frágil. Un tinte rojizo se propagó por sus mejillas, sus ojos agrandándose con impresión.

—¿De qué? —preguntó él, frunciendo el ceño.

—Son compañeros.

Eso detuvo su corazón por un momento. Sintió cómo su rostro se calentaba.

Drakhan NeéNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ