Encuentro

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Estaba viviendo en Roma desde hace un mes, volví a enseñar a leer y a escribir a los niños, con ello, conseguía dinero y compré comida y ropa. Ahora estaba lavando y secando mi ropa. La comida que tenía en el fuego me iba a alcanzar para cuatro días, por lo que no tenía que preocuparme por conseguir más hasta después. Había pasado un mes y tres semanas desde que dejé a mis hijos y a Francisco a cargo de Aurora. Estaba triste de la decisión que había tomado, pero era la mejor. Terminé de tender la última prenda de ropa y caminé hacia mi casa, al hacerlo, vi a un hombre en la calle a lo lejos con dos bebés en brazos. Tiré la cesta de ropa vacía que tenía en brazos por lo que había visto.

-Fran...- dije en voz baja al reconocer a aquel apuesto hombre. Las lágrimas salían, mi cuerpo no se movía, sin embargo, de un impulso a otro ya me encontraba corriendo hacia él -¡Fran!- era lo único que repetía sin parar -¡Fran, Fran!- mis gritos hicieron que los vecinos, que me habían ayudado en todo este tiempo, saliera a ver qué me sucedía. Vieron que corría hacia Francisco con dos bebés, por lo que todos se alegraron.

-¡Savannah!- escuché gritar a mi hombre mientras trataba de caminar deprisa pero con cuidado por los pequeños. Llegué hasta él y lo único que pude hacer era llorar y abrazarlo, igual que a mis bebés de, ahora, casi tres meses de edad.

-Francisco- susurré y lloré -te amo- lo besaba varias veces en el rostro, no me atreví a besarlo en los labios porque sentía culpa.

-Savannah, nunca vuelvas a hacernos esto- habló mientras recibía mis besos. Mis bebés estaban dormidos, me separé de él para no despertarlos. Estaban más grandes y gordos de lo que recordaba, sus ropas eran finas como la de su padre y sus cabellos estaban limpios. Los tomé en brazos y los abracé fuertemente.

-Fran, lo sien... - dije, no pude terminar la oración porque éste me cargó en sus brazos. Me besó.

-Vamos a nuestra casa, mi amor- caminó hacia allá. Entró directamente a nuestro cuarto y nos puso en la cama. Él se acostó en ella. Los bebés estaban dormidos en medio de nosotros -te extrañé todos estos meses- no dejaba de mirarme y de acariciar mi rostro, yo estaba roja pero feliz, anhelaba éste momento desde hace tiempo.

-Fran- dije, las lágrimas salieron de mí -perdóname, no tenía más opción, quería que te dejaran de golpear- él limpió mis lágrimas -quería que nuestros hijos no murieran y tuvieran una vida normal y ...- me interrumpió.

-Estuvo bien lo que hiciste, fue para protegernos- me acercó a él todo lo que pudo sin molestar a los pequeños -perdóname a mí, no pude protegerte como te lo prometí...

-Me protegiste hasta donde tu cuerpo aguantó, no pidas perdón por algo que no hiciste- sonreí mientras lloraba -Te extrañé, te extrañé mucho. Me moría sin ti y sin ellos- miré a nuestros hijos -ustedes tres son la razón de mi vivir.

-Y ustedes la mía- Francisco se levantó, me besó -voy a guardar al caballo- eso hizo, lo acercó a la casa, sacó del carruaje una cama pequeña y alta que traía y la colocó alado de nuestra cama. Puso a los bebés ahí con mucha delicadeza, luego se acostó pegado a mí.

-Ustedes son mi razón de ser- dijo para besarme suavemente -Savannah, te amo y extraño- su mano entro por debajo de mi ropa sin darme cuenta de ello, de un momento a otro íbamos a fabricar otro bebé hasta que Antonio lloró, nos levantamos y fuimos hacia él. Lo miré y lo tomé en brazos, lo mecí.

-Mi pequeño, deja de llorar- opté por darle de comer. Durante éste mes y medio todavía tenía leche, y en abundancia, por lo que no fue problema alimentar a mi hijo. Se calmó.

-Es hermoso como su madre- Francisco me tomó de la cadera y se acercó con su cuerpo desnudo por detrás mío mientras me besaba el cuello, me puse roja. Ya no estaba acostumbrada a los tratos románticos y cariñosos de mi esposo.

Diario de una CampesinaWhere stories live. Discover now