Savannah

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Pasé un día en el pueblo más cercano a Rávena, luego de estar ahí un día, le pedí a una pareja que iban a Roma si me podían llevar allá a cambio de unas monedas de oro, ellos aceptaron. Al llegar esa ciudad, fui directamente a mi antigua casa, que actualmente era cuidada por la madre de Bianca. Busqué las llaves debajo de una maseta, no las encontré. Fui con la madre de Bianca, toqué su puerta y me abrió la niña pequeña de ahora siente años.

-¡Maestra!- gritó y me abrazó. Su abrazo era cálido, no pude más y la abracé, lloré. Sentía que su abrazo era el de mis propios hijos -¿qué le pasa, maestra?- no podía hablar, mi mente se enfocaba en mis pequeños bebés y en Francisco malherido que no tenía fuerzas para estar de pie.

-¿Qué es todo esté alboroto, Bianca?- salió su madre, al verme se espantó -Señora Savannah- fue a mí, la ví y la abracé mientras lloraba -¿está bien?, ¿qué pasó?, ¿a qué se debe su visita?

-¿Puedo tener las llaves de mi casa, por favor?- es lo único que salió de mi boca.

-Bianca, quédate en casa, ahorita vengo- la madre de Bianca salió de su casa conmigo. Abrió la puerta de mi vieja casa, la cual, estaba a dos casas de la suya. Entré a ella. Las cosas estaban tal cuál como Francisco y yo las habíamos dejado. Fui a mi cuarto y me tiré a la cama. Lloré hasta gastar todas mis lágrimas. La mamá de Bianca se quedó conmigo por mucho tiempo, no se lo tuve que pedir, se ofreció sola. Me calmé y me dió un té que había preparado mientras estaba llorando -¿Puedo ayudarla en algo?- tomé su mano muy fuerte, sentía que me iba a desmayar.

-Sí, dime si lo que hice estuvo bien- le conté toda la historia que pasé con Francisco, desde que nos fuimos del otro pueblo, lo que pasó en Rávena y cómo llegué aquí. Ella se entristeció, quería llorar pero contuvo sus lágrimas por mí, por mi parte, las lágrimas salían libremente -Así que, ahora que sabes la historia, dime si soy una mala mujer, dime si soy la peor madre y esposa del mundo...

-Si era la única opción para que el Príncipe y sus hijos vivieran tranquilos, hasta yo lo hubiera hecho- me miró -usted es una buena mujer, cuidó y amó a los suyos al punto de tener que separarse de ellos para que puedan vivir. Sé que no comprendo su dolor, pero quiero que sepa que, si tuviera que estar separada de mi familia, me muero medio día después. Usted es fuerte, Savannah, siga siendo fuerte por sus hijos y su esposo, viva para saber qué será de ellos y estar con elos a distancia- se levantó -me tengo que ir, Bianca está sola en casa.

-Sí, ve. No quiero que esté separada de su madre por mucho tiempo- salió. Me levanté de mi cama y limpié la casa, no tanto porque estaba sucia, sino porque quería tener la mente ocupada. Pasaron veinte minutos y tocaron la puerta, la abrí, eran todos los niños a quienes Francisco y yo dábamos clases. Me abrazaron todos a la vez, "Maestra", dijeron. Los saludé -Hola- dije alegremente, oculté mis problemas.

-Maestra, su esposo me dijo que cuando volvieran, podía decirles a toda que ustedes son Príncipes- dijo Bianca -les dije pero no me creen- estaba en un problema.

-¿Es cierto que usted es una Princesa?- preguntó un niño -¿dónde está su vestido?- todos hablaron a la vez. Los callé.

-Basta- dije -les responderé todas sus dudas pero uno por uno- no me quedaba de otra, Bianca había hablado y, si mentía, ella y su madre me dejarían a un lado. Los niños entraron a la casa y les pedí discreción. Pasaba niño por niño, tuve que aclarar que soy una Princesa porque me casé con Francisco, dije la razón a medias de por qué estoy sola y por qué regresé. También mencioné a mis hijos, les dije que Francisco los cuidaba, traté de maquillarles un poco la realidad -¿Otra pregunta?- Luigi levantó la mano.

-¿Tendremos de nuevo clases o ya no?- preguntó triste.

-Eso depende de sus padres- contesté -Yo estaría encantada de volverles a dar clases, pero sus padres deben de pedírmelo, no puedo obligarlos.

-Yo le diré al mío que quiero que sea de nuevo mi maestra- dijo un niño muy decidido.

-Yo igual- habló una niña. "Y yo" y "yo también" empezaron a repetir los niños. Sonreí, imaginaba que ellos eran mis pequeños Francisco y Antonio cuando crecieran. Algunas lágrimas salieron.

-Maestra, ¿se siente mal?- preguntó Bianca mientras me abrazaba.

-No, estoy bien- traté de aguantar mi llanto mientras me ponía una mano en la nariz, mis ojos estaban rojos -vayan con sus padres y mañana en la mañana me dicen que les dijeron, ¿de acuerdo?- asistieron -hoy necesito ir al mercado al comprar comida y ropa- salimos de mi casa, los niños fueron corriendo a sus casas y yo caminé al mercado. Compré todo lo que necesitaba, toda la gente me ubicaba como la esposa del Príncipe Francisco, por lo que me trataban con respeto.

Al día siguiente, llegó el padre de Bianca a mi casa con todos los pequeños. Me pagó la mitad de lo que habíamos acordado hace meses por adelantado debido a que no traía tanto dinero y me prestó su pizarra. Empezaron las clases tres veces a la semana y en el mismo horario de aquella vez. Los niños podían escribir y leer más rápido, tenían algunas fallas pero los corregía.

Durante el día era alegría por los niños de la escuela, en la noche era tristeza y soledad, siempre lloraba hasta quedarme dormida. Siempre veía a Francisco en mis sueños, estaba con él y con nuestros hijos en una casa llena de flores preciosas como las del Palacio. Él y yo estábamos abrazados y nuestros pequeños podían caminar y jugar. Los sueños hacían que esperara una realidad que no era para mí.

Durante el tiempo que estuve en Roma, no tuve inconvenientes, mis vecinos me ayudaban en atención a sus hijos y a mi condición de Princesa, me había encariñado con ellos y ellos conmigo. Cualquier problema que tenía, ello estaban para ayudarme, también los ayudaba en todo lo que podía.

Diario de una Campesinaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن