Fiesta de las flores rojas

136 12 0
                                    

-A que no puedes...- pensó un rato -no, eso ya lo hiciste- se rió -no sé me ocurre nada- dijo entre risas.

Francisco y yo estábamos jugando a retarnos a hacer cosas simples y tontas mientas que los Reyes estaban en la plaza y la Princesa Aurora buscaba a Francisco por todo el pueblo, ya que éste huyó de las festividades como siempre. Hoy era la fiesta de las flores rojas, unas flores que solo florecen en el décimo mes del año y son bonitas, el problema es que no sirven para nada, solamente para adornar, ya que no tienen olor.

-¡Mi turno!- dije -te reto a...- pensé -A que no puedes pararte usando las manos- siempre quise hacer eso, pararme y caminar con las manos mientras mis pies estaban en el aire pero por más que intenté, no pude. Quería saber si Francisco lo podía hacer.

-¡Ja!, fácil- se levantó, puso sus manos en el suelo y caminó con las manos, no caminó una gran distancia pero sí dió tres pasos, cosa imposible para mí -pensaba que tus retos iban a ser más difíciles o feos, por ejemplo, comer un sapo o cazar ratas con las manos- río para volver a pararse con los pies.

-¡Para mí eso es difícil!- reí, sonó la tercera trompeta que avisaba que la realeza se retiraría, sin embargo, la fiesta continuaba. Mi sonrisa se borró, al igual que la suya. -Al parecer, ya te tienes que ir- dije ocultando mi tristeza.

-Sí, eso parece...- se acercó a mí -te veo en la noche- puso su mano en mi rostro a manera de sostenerlo. Me besó - hasta la noche- corrió para poder alcanzar el carruaje de su familia. Por mi parte, fui a mi casa, la cual no quedaba tan lejos del bosque.

-¡Savannah!- gritó mi hermana y me abrazó -¿y Antonio?, ¿dónde está?

-Con su familia- contesté mientras me la quitaba de encima -¿No te parece raro que mi hermana se emocione y pregunte más por Antonio que yo?

-Sí y no...- se puso de pie frente a mi -... ¡Antonio está tan guapo!- empezó a fantasear -Huele bien, es fornido, es educado y cariñoso, se ve que es romántico- me miró con cara de desprecio - la verdad es que no sé que vio en ti pero, si no fuera por eso, no lo hubiera conocido... Él es mi amor imposible...- volvió a soñar. Me enojé por la actitud de mi hermana.

-Amara, si los hombres te escuchan se querrán aprovechar de ti. Te lo advierto, jovencita, si sigues así...- me interrumpió.

-¡Ya cálmate! Sé que Antonio es tuyo, tranquila, solo que, cuando te quiera dejar, dile que me espere dos años y seré mayor de edad...- me enojé, lo notó -¿Qué?, ¿celosa?- me alzó la ceja.

-No, me molesta tu forma de ser. Todavía eres una niña, no debes pensar en matrimonio.

-¡No soy una niña!- gritó enojada -en dos años seré mayor para la sociedad y podré casarme como todas. Yo me casaré, seré feliz y haré que nuestro padre esté orgulloso, no seré hombre, no seré mariamacho como tú- en todo ese rato pequeño que habló, le repetía "cállate", pero como no me hizo caso, le di una cachetada, no podía tolerar sus palabras, soy la mayor y tiene que respetarme. Ve vio con ojos llorosos -Solo porque mamá nunca estuvo conmigo, no significa que tú lo seas. Te tengo que respetar porque eres mayor que yo, pero también tengo derecho de decirte la verdad: ¡Eres una mariamacho! Haces trabajos de hombres, Antonio debería odiarte, ¡no amarte!- levanté mi mano para darle otra cachetada pero no lo hice, ella fue su cuarto y se encerró.

Me quedé pensando en lo que Amara dijo: la gente siempre me ha visto mal porque cazo animales, pesco peces y siembro en nuestro huerto. Esas cosas son trabajos de hombres, no de mujeres. Una mujer solo está en su casa y da hijos, casi hago lo primero pero no lo segundo, no puedo dar hijos porque no me casé a los dieciocho, preferí atender la casa de mi padre que seguir las tradiciones y buscar mi felicidad. Mientras limpiaba la casa y seguía pensando en lo que Amara me había dicho, se me hizo de noche. Mi padre y Milo habían llegado minutos antes de que anochecieraz fueron a comprar telas para hacerse nuevas prendas de ropa. Tocaron la puerta, era Francisco. Le abrí.

Diario de una CampesinaWhere stories live. Discover now