Sótano

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Pasaron unos minutos y se escuchó la voz de un hombre en la plaza, era Francisco que llegó con el caballo. Lo vi de lejos por las ventanas del sótano y guardé esa imagen de él, no quiero y no debo olvidarlo. Traía la misma ropa con la que me había dejado en éste lugar: una camisa y playera de tela marrón, unos zapatos negros y el cabello alborotado. Sus ojos azules reflejaban odio y enojo. La gente salió a ver su llegada, parecía que era una obra de teatro por el interés que reflejaban.

-¡Suéltalos!- Fran le ordenó desafiantemente al Rey mientras lo apuntaba con su espada. El Rey, quién estaba sentado en su trono a un lado de la plaza con varios soldados por detrás, se indignó ante la acción pero, al verlo vestido, se rió, su risa era detestable.

-De acuerdo, Francisco- dijo después de reírse con los soldados -solo por qué me hiciste reír con tus trapos- chasqueó sus dedos y el verdugo soltó su hacha, tomó a mi padre y a mi hermano, quienes estaban atados de pies a cabeza, y los aventó a un lado de la plaza, lo mismo hicieron con mi hermana -Agárrenlo- ordenó el Rey. En un instante, varios soldados le quitaron la espada a Francisco y tomaron sus brazos para evitar que se escapara, Francisco no puso resistencia alguna, él no quería más problemas para que nuestro hijo y yo no salgamos perjudicados -Antes de mandar a mi propio hijo al calabozo, quisiera saber dónde escondiste a la prostituta que te llevaste- Francisco se puso rojo de enojo y se soltó de los guardias, quería estar tranquilo pero, cuando me insultaban, nada ni nadie que no fuera yo lo detenía. De un momento a otro estaba frente del Rey con un cuchillo en su mano, la cual, estaba cerca del cuello de su Magestad. Los soldados sacaron rápidamente sus espadas ante cualquier movimiento de Francisco o alguna orden del Rey.

-No es ninguna prostituta, ¡es mi esposa!- gritó, todos lo escucharon -quiero que la respete como respeta a la esposa de su hijo, Aldric- el Rey se rió e hizo una señal con sus ojos, un soldado enterró un cuchillo en el brazo izquierdo de Francisco, lloré al ver su gesto de dolor. Otros soldados lo ataron con cuerdas, dejaron el cuchillo en su brazo. Lo tiraron al suelo y, sin querer, su cara quedó frente a la ventana donde lo veía, aunque estábamos a varios metros de distancia, me sonrió discretamente.

-¡Golpéenlo!, dejen que viva para que se case con la Princesa Aurora y que vea la decapitación de "su esposa", la prostituta- ordenó el Rey. Los soldados comenzaron a patearlo y a golpearlo con el mango de sus espadas, él daba gestos de dolor pero en ningún momento apartó su vista de mí. Por mi parte, lloraba sin parar, no podía verlo pero sus ojos me buscaban, tenía que estar ahí para él. Después de un rato, dejaron de golpearlo: su boca estaba llena de sangre, igual que su naríz, de la cabeza salía sangre, la cuál, manchaba su bello rostro hinchado. Sus brazos estaban llenos de moretones y, el que tenía el cuchillo, estaba sangrando a mares. Lo habían dejado peor que en Roma, aunque si tratamos de compararlo, Roma no fue nada, ni siquiera un rasguño. Podría afirmar que ahora sí le rompieron mínimo dos huesos.

Lo levantaron con fuerza y lo empujaban entre todos, eso siguió hasta que lo perdí de vista, ya que se lo llevaron al Palacio, específicamente al calabozo que construyeron por debajo. Quería gritar, llorar, matar. Quería salir de éste sótano, tomar el arco que tenía en la casa de mi padre y matar uno por uno, no quería que Francisco sufriera más. Lo único que pude hacer fue llorar a gritos, los cuáles, no eran muy fuertes como para que afuera se escucharan. Volví a ver la ventana para ver a mi padre y a mis hermanos, no veía a Amara, me asusté, ¿será que los soldados se la llevaron?, ¿estarán abusando de ella? Traté de tranquilizarme al pensar que el Rey le dijo a los soldados que los dejaran, ¿habrán hecho caso? Pensaba mucho en mi mente hasta que escuché la puerta, la querían abrir. Me escondí tan rápido como pude. La puerta se abrió acompañada de unas pisadas.

-¿Savannah?- escuché la voz de una mujer susurrar -si estas aquí, sal... Soy yo, Amara- me asomé. Era ella.

-Amara- dije caminando rápido hacia ella para abrazarla. Lloré de alegría -¡Amara, qué bueno que estás bien!- dije antes de que unas pequeñas lágrimas salieran.

Diario de una CampesinaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ