19.Ícaro y el sol.

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Sirius Black había besado a un considerable número de mujeres en su vida. Si bien por su nombre y estatus no podría divulgar su vida sexual, era bien conocido y un rumor a voces, el hecho de que el heredero de la familia Black tenía la reputación de ser un gran participe de las fiestas enmascaradas. Esa clase de fiestas en las que podía ser si mismo y explorar cada espacio de sensaciones y lujuria en su mente. 

Sirius Black era un conocedor.

Y luego estaba Remus Lupin frente a él. Besándolo. 

Los labios, la lengua, la humedad y el calor de la boca de Remus te hacía pensar en que habías sido un tonto toda tu vida. Te hacía sentir un novato porque nunca habías probado ese tipo de placer. Mientras Sirius trataba como podía de seguirle el ritmo, pero a los pocos instantes, Remus cambiaba totalmente de ritmo y estrategia de una forma en la que Sirius no creía que fuera posible. 

Remus pasó sus largos y calientes dedos creando un camino desde las clavículas de Sirius hasta la raíz de su cabello dando un tiro fuerte de él causando un gemido fuerte desde el fondo de su garganta lo suficientemente fuerte para que Remus lo escuche y sonría contra sus labios, pero no tan fuerte como para que alguien en la casa los escuche.

Y pensar en que alguien los escuche fue todo para que el corazón de Sirius empiece a latir con fuerza y no de una forma positiva y excitante como le hubiera gustado. El miedo se situó en sus muñecas causándole espasmos y su pecho sintiendo que le faltaba el aire. Los ojos empezaron a arder presagiando un colapso. Su mente estaba podrida e inundada y ahora no era solo su mente, era todo, todo en él ahora estaba podrido. Sus labios, sus manos,  su cuerpo, cada uno de los centímetros de su cuerpo que deseaban con furor y de  manera animal al chico que tenía ahí. 

Todo estaba mal, todo estaba muy mal. 

Posó sus manos sobre el pecho de Remus y lo alejó antes de que las lágrimas empiecen a caer. Remus lo miró extrañado por el brusco movimiento y Sirius solo pudo poner una expresión de pánico. 

―¿Estás bien? ― Remus empezó a hablar, pero Sirius se levantó tan rápido de la cama apenas sintió la bilis en su garganta.

Corrió al baño y afortunadamente llegó al inodoro antes de desbordarse, desbordar su inmundicia y su putrefacción. Sintió a Remus detrás de él ayudándolo a sostener su cabello. Sirius lo permitió, lo permitió solo porque no creía que fuera capaz de poder hacerlo solo. 

Cuando ya por fin se sintió vacío, limpio y sin pecado, se recargó primero en el piso y luego en las rodillas para ponerse de pie. Sintió las manos de Remus tomarlo por la cintura para ayudarlo a incorporarse, pero la sensación lo hizo levantarse por si solo más rápido para no sentir el calor de Remus más tiempo sobre su piel. 

Su cabello caía sobre su rostro porque Sirius no era capaz de levantar la mirada. La vergüenza y el pánico lo invadían y no era culpa de Remus, era completa y enteramente culpa de Sirius. Se acercó al lavabo y empezó a limpiarse y enjuagarse con lentitud. 

―Según yo, no beso tan mal ― Las palabras de Remus eran obviamente para calmar el ambiente, pero la forma tan innatural y la incomodidad en su voz demostraban que no era un sentimiento casual. Sirius entendió que Remus estaba casi tan aterrado como él. 

―No es tu culpa ― Es mía. Siempre es mi culpa. Sirius trató de sonreír, pero lo que salió en su lugar fue una obvia señal de incomodidad. 

Remus también estaba incómodo, Sirius podía notarlo en la forma en la que movía los pies contra el piso y jugaba con sus dedos. Oh, estupendo. Algo más que Sirius arruinaba. Porque a pesar de todo el asco que se tenía a si mismo ahora, Sirius no quería herirlo, no quería arrastrarlo al laberinto sin salida que eran sus emociones y su mente. Y peor aún con el día tan horrible que había tenido Remus. Sirius estaba siendo tan egoísta al pensar que sus problemas eran ligeramente comparables con los del inocente chico que estaba frente a él. 

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