Draco Malfoy siempre ha sido conocido como un Slytherin ambicioso, pero nunca contó con tener el completo mando sobre el mundo mágico, hasta que Lord Voldemort muere después de destruir a cada miembro de la Órden de Fénix, dejando el mundo mágico en...
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La puerta de la habitación de Emily se abrió abruptamente.
— ¿Le gusta estar espiando a la gente?
No le dio tiempo de coger una toalla, cuando Draco ya había entrado completamente en su habitación. Así que con el brazo tapó sus senos y agradeció tener un pantie puesto. Sin embargo, Draco no bajo su mirada, él se le quedó viendo al rostro.
«El jodido hijo de puta a veces podía ser todo un respetuoso».
La presencia de Draco llenaba cada rincón de la habitación, al igual que su increíble aroma tan varonil.
Era alto, tan alto y con los hombros anchos. Su cabello peinado de esa manera habitual que tanto lo caracterizaba. Su semblante completamente serio y la camisa negra ceñida a sus biceps y cuerpo.
No pudo evitar pasear la mirada de arriba a abajo, bebiendo cada centímetro de su poderoso cuerpo que parecía esculpido.
Junto las piernas para tratar de ganar algo de fricción cuando sintió la humedad mojar la tela de sus panties.
Sacudió la cabeza cuando escuchó una risa ronca proveniente de Draco, y sintió la sangre subir hacia su rostro.
— Depende de quién sea la gente.
Los pasos de Draco eran completamente lentos y agraciados cuando dio algunos al frente y cerró la puerta tras su espalda.
— Sé que anoche estuvo escuchando mi conversación con Ophelia.
— ¿Anoche? —abrió la boca, fingiendo demencia—. No sé de qué habla.
— ¿Cree que no sé quién camina por mi mansión a las tantas horas de la noche? —arqueó una ceja rubia—. ¿Cree que no sé cuándo usted camina por mi mansión pasada la medianoche?
— Oh, créame —cabeceó—, lo sé. Resulta que tiene un radar para saber a dondequiera que vaya. Es algo raro, ¿no cree? Por lo menos a mi me resulta raro.
— Para mi es raro no tener privacidad.
Ella bajó la mirada hacia su cuerpo semidesnudo.
— ¿Quién es la que no tiene privacidad justo ahora?
— Y le pido una disculpa —dijo, y saco la varita de su pantalón para conjurar una silla—. Pero es hora de hablar sobre eso.
— ¿Sobre qué?
— Llamémoslo curiosidad. Su curiosidad, la cual le traerá muchos problemas si sigue así.
— ¿Puedo vestirme antes de tener esta conversación, señor ministro? —se burló.
