Cien años de soledad

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Ha pasado tiempo, demasiado tiempo en el que un ser humano me ha mirado a mí. Cuando alguien se dedica a observarme, no me mira a mí, puedo verlo en sus ojos, en sus rostros que no muestran ninguna alegría de verme. Ningún sentimiento ante mi presencia. No me importaría que fuera odio, o dolor, o tristeza, pero al verme, ya nadie me observa.

¿Qué hay detrás de mí? Tal vez sea más interesante que mi presencia vaga y deambulante.

Me doy la vuelta y observo, porque yo sí observo.

Una máquina expendedora.

Me hago a un lado, dándole paso a elegir lo que desea comer y ni siquiera me agradece.

Porque no me observa.

Nadie me observa.

Admitiría abiertamente que esta no es la primera vez, si el simple hecho de perderme con el aire no me doliera tanto, como si el aire me quemara la piel, los huesos, los órganos dentro de mí, mi sangre, mi alma.

Como si el aire fuera ácido en mis pulmones que se esparcen rápidamente por todo mi torrente sanguíneo buscando...

¿Qué busca?

Se lo preguntaría, pero no respondería, porque nadie responde a mi llamado, a mis súplicas, a mis conversaciones.

Como si yo no estuviera allí, con ellos.

¡Y estoy allí! ¡Estoy con ellos, maldita sea! Y el que hagan como si no estuviera allí, hace que mi cuerpo arda.

Y no para de arder. Me quema. El humo de mi piel quemándose, de la ropa que llevo puesta consumirse en sí misma hasta convertirse en cenizas y mi cuerpo junto a esta polvorienta esencia se funde a él. Y por momentos, yo me vuelvo ceniza, y entonces, sólo entonces es cuando me esfumo con el aire, me vuelvo parte de él hasta que ya no recuerdo cómo llegué hasta aquí.

Pero mi cuerpo sigue aquí y las personas también. No soy ceniza, no me fundo con el aire en una tormenta de polvo, soy de carne y hueso, tal como ellos.

Pero ha pasado tiempo desde que sentí el contacto humano. Piel con piel. Entonces, es cuando se me olvida de que soy de piel y hueso y mi mente me engaña diciendo:

<<Eres polvo. Eres ceniza. Eres humo.>>

Y vuelvo a cuestionarme mi existencia esperando encontrar una respuesta que yo mismo considere válida.

Pero sentir unas manos cálidas sobre mi cuerpo sin duda ayudaría.

Porque mis manos y pies se entumecen y por momentos no puedo siquiera mover mis dedos, y quedo paralizado. Y entonces grito, grito por ayuda.

Y ¿quién viene a mi rescate? Nadie. Porque mi voz se transforma en burbujas antes de salir de mi garganta y al salir, explotan silenciosamente y se pierden en la propia existencia del ser.

Ha pasado tiempo desde que he sentido el calor. Mi cuerpo se enfría hasta la hipotermia por momentos, y por momentos vuelvo a ser yo, perdido, abandonado, ignorado, pero estando.

Tal vez, si el frío no invadiera cada minúsculo centímetro de mi cuerpo, podría sentirme más vivo.

Podría, pero sin embargo tiemblo.

¿De frío?

Sí.

¿De miedo?

¿De miedo? No lo sé. Tal vez sí.

Tengo miedo de ser olvidado eternamente, que ninguna persona en lo ancho y alto del universo vuelva a guardar mi imagen en su memoria y entonces desaparezca, mi existencia se anule y me convierta en uno con el tiempo y la historia.

Y es que ha pasado tiempo desde que sentí algo que no sea el miedo, el frío y el hecho de sentir que me envuelvo en llamas que destrozan sin piedad mi cuerpo, porque aún después de la muerte, el recuerdo de mi cuerpo consumido en fuego y el miedo de que moriría, permanecieron conmigo cien años después, justo en el medio del recuerdo y del olvido.

Poemas y otros dolores [√]Where stories live. Discover now