Lo que nunca te dije

12 3 0
                                    

Hoy quiero confesarte, en esta noche tormentosa, donde el cielo llora desconsoladamente con rabia y con dolor, que nunca fui realmente honesta contigo como te juraba que era.

Nunca te dije que cuando miraba tus hermosos ojos cafés, mi mundo parecía perderse en ellos, y aún siendo tan pequeños, se volvían inmensos ante mi vista; un universo abarcaba ampliamente, y yo ansiaba desesperadamente cruzarlo de extremo a extremo. Te ponías tan feliz, y tus ojos brillaban de una manera tal que podía ver en ellos el mismo cielo que veo a través de mi ventana cada noche que no es como esta. Irradiabas un misterio tan grande que yo me perdía queriendo desentrañarlo desde adentro, arrancarlo de raíz hasta descubrir de qué realmente estaba hecho.

Ay, amor.

Nunca te lo dije, pero cada vez que tomabas mi mano una corriente recorría mi cuerpo entero, la corriente que sin duda tú me transmitías, la corriente que me atrajo a ti desde un inicio. Era la chica más feliz del mundo, la persona más afortunada cuando te me quedabas viendo casi maravillado, porque parecía que estabas viendo una rareza tanto extraña como hermosa, y con tantas rarezas y tantas hermosuras cerca, que te hayas parado a deleitarte con la mía era sin duda el mayor de los placeres. Podía pasar horas viéndote, observando cada pequeño detalle de ti, de tu rostro, tu cuerpo, tus gestos, tu alma. Me dedicaba casi como una experta a contemplarte, y nunca te lo dije.

Cómo lo lamento.

En tus abrazos encontraba mi sol de todas las mañanas que me liberaba de todo temor que amenazaba con golpear mi puerta. Tú eras mi protección, mi calidez de verano, mi alegría de primavera, mi nostalgia de otoño y mi belleza de invierno, tan puro, tan abrasador que podía envolverte el cuerpo y el alma, todo en un sólo movimiento. Nunca supe cómo lo hacías, pero lograbas calmar mi alma y por momentos, sentía que yo también calmaba la tuya, y una con la otra se unían por pequeños lapsos de segundos. Esos segundos los atesoraba por días y días, y entonces maldecía al tiempo por tener que pasar tan rápido, porque aún cuando estaba horas a tu lado, esas horas parecían sólo disfrazar décimas de miserables segundos.

Nunca te lo dije, pero cuando te veía desmoronarte lenta y dolorosamente, todo mi universo caía sobre mí como dagas de doble filo justo de cabeza. El eje debajo de mí se distorsionaba y el suelo se abría debajo de mis pies. Caía contigo, siempre caía contigo para levantarte de donde te encontrabas, perdido y solo, en completa oscuridad. Nunca te dije esto, pero ninguna de las veces en que te salvé supe cómo lo hice o de dónde sacaba ese brillo tan puro para alejarte tus miedos.

Pero lo haría de nuevo, aunque nunca pude decírtelo.

Y aunque nunca te lo dije, cuando estabas en mis brazos, confiando en mí como tu salvadora para ayudarte a levantarte y no pude, una parte de mi interior se vació. Mi alma quedó ahuecada.

Y ya nunca podré decírtelo, pero espero que el viento que hoy acompaña este llanto logre llevarte mis palabras donde estás, donde nunca podré llegar.

Poemas y otros dolores [√]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora