Manjar extraño

3 2 0
                                    

Siempre se me explicó desde muy pequeña; "no confíes en los extraños. Trata de no hablar demasiado con ellos y sobre todo siempre me recalcaron que no acepte nada que me ofrezcan." Siempre creí que ese pensamiento era un tanto extremista. Cada tanto vuelven a mi mente esos recuerdos como si me estuvieran advirtiendo, mi inconsciente diciéndome que fuera cautelosa y cuidadosa, y que por sobre todo, siempre aplique aquello que tanto se me repitió por años.

Todo pasó tan rápido, que de un momento a otro estaba deleitándome en aquel manjar que se derretía en mi boca humedeciendo mis deseosos labios. Casi llegaba a ser mayor que cualquier placer sexual que hubiera experimentado a lo largo de mi corta vida. Embriagante. Tan sublime que por ese pequeño instante en que gozabas de dicho sabor, tu paladar te llevaba al cielo, entonces podías escuchar las armoniosas melodías de los ángeles, y te sentías flotando, libre de toda presión terrenal e insulsa. Cuando cruzó mi garganta, acariciando sutilmente cada milímetro de ese espacio, dejando un rastro de su esencia, la huella de que atravesó mi cuerpo, supe que jamás olvidaría esa sensación. Y supe también que siempre anhelaría volver a tenerla dentro de mí.

Y no la tengo.

No puedo percibir una mínima gota de luz. Estoy perdida. No logro escuchar más que una voz ronca y áspera, completamente opuesto al sabor de ese dulce que tanto extraño. Si su voz tuviera sabor, si pudiera probar su voz con mi paladar, sabría como manzana y limón. Y me irritaba su tono, su aliento acariciando mi oído muy suavemente. Entonces mi mente me mostró un pequeño y frágil bebé, y su madre a un lado consolándolo y acariciándolo con tanta ternura y delicadeza como un extremadamente fino cristal a punto de romperse. Me provocó náuseas que a duras penas pude oprimir.

Luego, me encontré en plena nevada con nada más que un vestido andrajoso para protegerme de la helada cuando sus perfilados dedos movieron mi cabello y recorrieron mi piel. El escalofrío iba por todo mi cuerpo. Me transmitía una corriente tan fuerte que me hacía querer chillar, gritar y llorar. Sólo lloraba.

Estaba con sólo unas pequeñas tablas sobre un mar en plena tormenta, y me encontraba a punto de ser tragada por las olas.

No sé cuánto tiempo pasó, pero estoy sola. Sumergida en completa oscuridad sin ningún faro de esperanza al que pudiera aferrarme con el resto de mi vida. Fui tragada por el mar y ahora intentaba desesperadamente salir de aquella negrura que me consumía. Me asfixiaba, era un espacio demasiado pequeño. Mi cuerpo, entumecido, no me respondía para acompañarme a luchar, ya no me pertenecía, se había desconectado por completo de mi alma. Pero yo sí lo podía sentir. Sentía esos escurridizos cuerpos recorriéndolo, consumiéndolo poco a poco con la intención de hacerlo desaparecer.

Hasta que fui liberada. No sé cuánto tiempo pasó, pero ahora pude volver a sentir aquél placer inigualable. Escuché a los ángeles y canté con ellos acompañando sus hermosas melodías con mi hermosamente apagada voz.

¡Qué placentero se siente morir!

Poemas y otros dolores [√]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz