Capítulo 25. El lado dulce de la vida

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—Las seis y... dos minutos. Bueno, pues eso, que ya le dije que no quiero vender nada porque no estoy preparado, es una decisión importante y tenemos que... ¡Wooooa ha salido el tráiler de Chaisaw man!

—¿Por qué estás despierto? —murmuró, intentando girarse, pero con Hinata encima era imposible. Pesaba demasiado y le estaba clavando el puto codo en los órganos vitales.

—¡El nuevo día ha llegado!

—Duérmete.

—¡Es un nuevo día Yamayama! —exclamó, clavándole un dedo en la mejilla—. ¡Cuanto antes empiece, más cosas podremos hacer!

—Es de noche todavía, imbécil —gruñó, cogiendo la almohada y tapándose la cara con ella. Odiaba despertarse temprano sin motivo, y mucho más que alguien le despertase tan violentamente, con esa... Esa energía desfasada y ese tono de voz y...

Voy a asesinarle.

No es verdad. ¡Voy a subir las persianas! —Hinata saltó de la cama, liberándole por un instante. Tobio dio gracias a los dioses por la oportunidad de dormirse de nuevo, y cuando ya tenía la cara apoyada dulcemente sobre la almohada, la tela fría contra la mejilla, el cuerpo relajado preparado para dormir otra vez y—. ¡Oh, es de noche!

Joder.

Mmmf.

—Bueno, pero el sol está ya ahí a lo lejos, asomándose un poquito. ¡Woa, vamos a ver amanecer, ven conmigo, ya estás súper despierto!

—No.

Hinata volvió a tirarse sobre él en la cama. Tobio empezaba a decirse a sí mismo que tendría que renunciar a seguir durmiendo.

—Pero si son las seis...

Mi despertador suena a las siete —gruñó, queriendo asesinarle. Sin embargo, su mente empezaba a rellenarse con los recuerdos de la noche anterior.

La historia de Brasil. Todo lo que Hinata pasó allí, todos los prejuicios que había tenido en su cabeza sobre ello desmontados en una hora. Se tapó los ojos con un brazo, porque corría riesgo de reblandecerse demasiado si pensaba en eso. Hinata no era de los que querían pena o compasión, Tobio lo sabía porque ahí eran iguales.

—El mío suena a las seis.

—Esta es mi casa.

—Me da igual. Despiértate.

—Duérmete.

Hinata le apartó el brazo de la cara a la fuerza. Se encontró con su gesto fingidamente serio y sus ojos desafiándole. A las seis de la mañana.

En serio.

—No quiero dormir más.

—Tienes que dormir, idiota.

—No.

Maldito pelirrojo superenergético.

Le miró desde su posición, observando. A veces sólo podía hacer eso, un poco superado por los acontecimientos. Analizar. Tobio era un colocador, en fin, estudiaba las cosas profundamente y tomaba decisiones. Tenía rutinas. Las decisiones y las rutinas son los ladrillos de un buen edificio.

Hinata lanzó el móvil contra la mesilla, despreocupado, y se tumbó totalmente sobre él, mandando a tomar por saco la posibilidad de una rutina. Y Tobio, que apreciaba la buena arquitectura de los edificios, pensó que a la mierda, que bien podría vivir en una tienda de campaña con los pies llenos de barro al menos por un día. Agarró la camiseta de Hinata y tiró de él suavemente hacia abajo, alcanzándole en un beso. Siempre había pensado que besar a alguien nada más despertarse era algo así como una asquerosidad terrible, pero Hinata estaba allí, por supuesto, para romperle los esquemas y hacer polvo sus prejuicios. Le regaló una sonrisa contra los labios y se apretó más contra su cuerpo, abrazándole por el cuello para seguir besándole.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Where stories live. Discover now