❂ capítulo veinticinco ❂

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Pero ese había sido su respuesta automática por años, el rodearse de espinas, el aislarse, el mostrarse fría para evitar a las demás. Había pasado una vida entera sintiéndose una decepción; cuando su madre murió y ella se quedó bajo la tutela de Arwan. Cuando creció y de pronto todo el mundo estaba esperando algo de ella. Pero Zeerah nunca pudo dárselos.

No supo qué decir ante el gesto estupefacto del príncipe.

Pero Jaekhar en realidad nunca había sido frenado por nada, ni nadie.

—Comparemos historias entonces —dijo este, caminando de espaldas frente a la bruja, reanudando su marcha hasta el castillo—. Yo te diré algo sobre mi y tu me dirás algo sobre ti.

Zeerah no supo porqué, pero de pronto se sintió aliviada.

—Dudo que mis historias sean la mitad de interesantes que las tuyas —murmuró, intentando lucir indiferente.

—Entonces empieza —Jaekhar parecía contento.

—¿Por qué empezaría yo? fuiste tú quien lo sugirió.

—Bueno, entonces empezaré con el día en el que atravesé una ventana por accidente.

Zeerah alzó las cejas, sorprendida.

—¿Atravesaste una ventana?

—Por accidente.

—Podría apostar que no fue por accidente.

—Escucha la historia entonces.

Jaekhar se frenó en la entrada del castillo. Ya habían cruzado la muralla que rodeaba Gindar. Desde ahí se escuchaba el ruido de los caballos en el establo y si ponía más atención, estaba el lejano murmullo de las cocinas. Zeerah no había escuchado tanta actividad desde hacía mucho tiempo.

Suspiró y luchó por no sonreír.

—Más tarde ¿quieres? Tenemos que buscar a tu hermano, enseñarle las marcas —ella alzó los pergaminos en su mano y señaló a la entrada.

Jaekhar rodó los ojos.

—Si tanto insistes en hacer cosas aburridas —dijo, moviendo la mano en dirección a la entrada, haciendo una reverencia—, después de ti.

Zeerah entrecerró los ojos, con cientos de respuestas ante ese comentario picándole la punta de la lengua. Pero no dijo nada, porque había una especie de ardor en su cuerpo cada que se giraba en la dirección del príncipe. Como su poder parecía despertar ante la presencia de él y era cada vez más imponente.

Cada vez era más difícil ignorarlo.

Así que siguió su camino al interior, intentando no estar tranquila de que Jaekhar la siguiera cada vez más cerca.

(...)

Encontraron a Daerys en un segundo piso, admirando desde una barda un patio sin techo que estaba lleno de escombros.

Jaekhar se había separado casi de inmediato cuando notó lo que su hermano estaba admirando; un grupo de brujas estaba limpiando el lugar donde una enorme pared se había derrumbado hacia muchísimo tiempo. Arwan estaba entre ellas, dirigiendo a las jóvenes chicas, otorgando diferentes tareas mientras estas obedecían sin reproche.

Sander estaba entre ellas. Ya no llevaba la capa que había traído desde su llegada a Nivhas. El día soleado había comenzado a calentar la tierra de las brujas. No hacía calor, precisamente, pero la temperatura ya no ameritaba todas esas capas de ropa encima. Jaekhar se aceró cuando notó que estaban intentando deshacerse de todo ese desastre.

Pero Zeerah había seguido su camino hasta el príncipe más joven, quién estaba recargado contra la muralla, mirando desinteresadamente hacia un libro que reposaba sobre la roca. Su cabello blanco atrapaba ocasionalmente un rayo de luz y lo hacía relucir entre todos esos pasillos oscuros. 

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora