Capítulo 24. Brazilian Rhapsody

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Tardo días en ser consciente de que ya no vivo en Japón.

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Las noches son demasiado cálidas. No puedo quitarme mi propia piel, así que doy vueltas, sudando, con el cabello pegado a la nuca, buscando alguna zona fresca entre las sábanas. Siempre me olvido de poner la mosquitera y amanezco pintado de puntos rojos por todas partes. Okasan dice que tengo la sangre dulce, pero estoy seguro de que nunca he tenido tantas picaduras.

Leo en Internet que las arañas comen mosquitos y decido dejar vivir a una de patas largas que se ha instalado en el marco de la ventana. Tenemos un pacto: ella no se acerca a mí, yo no la mato y puede alimentarse de los bichos que vienen a comerme. La llamo Chidori y hablo con ella por las mañanas -por las noches desaparece, creo que sale a cazar o lo que sea que hagan las arañas-.

Es posible, tal vez, quizás, puede ser que le hablase un poquito de Kageyama.

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Mi primera entrevista de trabajo es un fracaso. Hay un anuncio en una cafetería, puedo entender algo como se busca camarero, entrevistas a las 17h. Nunca antes tuve una entrevista. Me presento con mis pantalones cortos, mi mejor camiseta -blanca, Yachi me dijo que era la mejor opción- y descubro que todos los candidatos son mujeres. Todavía no capto los matices del género en el lenguaje. Además, son súper pero súper mega guapas, en plan woa como mínimo. Me miran raro, y sé que estoy sonrojado porque me arde la punta de las orejas. Salgo huyendo.

Cuando llego a mi habitación busco en Google cómo se dice mujer bonita en portugués.

Paso por tres entrevistas hasta que consigo trabajo. Repartidor de comida a domicilio, en bicicleta. El salario es miserable, pero me dejan usar la bici fuera de horas de trabajo, y eso es bastante genial. Pienso que es una pequeña victoria, y la celebro comiéndome un brigadeiro que me deja los dientes negros y el corazón satisfecho. Dejo un poquito en la ventana, para Chidori. Después me meto en la cama y antes de dormir pongo en mi mano un poco de colonia del bote que robé. Me llevo a la mano a la nariz, cierro los ojos y pienso. Pienso en ojos azules, en pases perfectos, en el sonido de mi apellido acompañado de un boke que empieza a difuminarse en mis recuerdos. Lo retengo. No puedo permitir que desaparezca. Pienso en qué estará haciendo, en lo fuerte que puede llegar a ser, en su servicio, su recepción, su salto, su seguridad, su instinto.

Siempre, siempre, siempre me duermo pensando en él.

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El vóley playa me vuelve loco. Se lleva mi energía, y me la devuelve en forma de magulladuras en los codos, quemaduras solares en la nuca y un color de cabello un poco extraño que empieza a parecerse a un rubio anaranjado. Tsukishima me dijo por videollamada que parezco un aparcacoches adicto a la cocaína. Yo creo que tiene envidia de que mi pelo sea más woa que el suyo.

Tengo millones de pecas nuevas en la nariz, pero también hay más fuerza en mis piernas. Con mi segundo salario compro un balón medicinal y hago ejercicio en mi habitación. Sigo vídeos de entrenadores en youtube, y empiezo a interesarme por la meditación. A veces, entre reproducción y reproducción, salta un anuncio. Kageyama bebiendo Red Bull y colocando para Wakatoshi con una pelota que se convierte en un trueno. Al final su voz, un poco metálica, totalmente fingida.

Red Bull te da alas.

Puedo saltarme el anuncio a los cinco segundos, pero siempre dejo que llegue hasta el final.

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Sé que me gustan los chicos. No necesito venir a Río para descubrirlo, pero es cierto que aquí todo se hace más... Fácil. No sé si es la cultura. Tal vez sea yo. Cuando pedaleo a través de las zonas de bares, veo esa clase de sitios que sólo salen en las películas. Algunos tienen luces de neón en las fachadas, otros, simplemente, un montón de hombres fumando en la puerta. Pienso en el Ceskoya. Pienso en Kageyama-kun, en su botón en mi zapatilla.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Where stories live. Discover now