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Astrid había estado monitoreando lentamente cada una de los movimientos y reacciones de Rubén. Cómo cuando salía más de lo normal, como cuando le preguntaba si todo estaba bien. Su reacción era nerviosa, como si estuviera escondiendo algo.
Y eso le enojaba, pero más que enojo, sentía tristeza.
Quizás era que quería mantener un secreto. Astrid lo entendía. Todos tienen derecho a guardar algunas cosas. Y no es que ella por ser la madre de Rubén tiene que saber lo que él hace a las 24 horas del día. Pero tenía el presentimiento que esto era algo importante. Algo que ella debía saber.
Y las cosas importantes no se pueden ocultar, ¿verdad?
Entonces, ella estaba sentada allí, en el comedor, mientas observaba el recipiente de helado. Cuando estaba triste, lo único que optaba por hacer, era comer helado. No le importaba si subía kilos, estaba triste.
¿Hizo algo para que Rubén desconfiara de ella? Ella siempre vivió desconfiada de sus padres, y siempre tenía conflictos con ellos por casi todo. Por ende, cuando tuvo a Rubén, lo primero que se prometió fue hacerle saber que siempre estaría para él, no importa la situación, siempre intentaría entenderlo y apoyarlo.
Quería hacer todo lo contrario a lo que sus padres hicieron con ella. Pero ahora se cuestionaba, ¿lo estaba haciendo bien?
Ella no sabía ser madre, aunque lo ha estado haciendo por 17 (hermosos) años. ¡Pero es que nadie sabe como ser padre!
Suspiró. Lo único que sabía, era que Rubén iba de salida con un “amigo”. Y ella esperaba que ese amigo no fuera un asesino serial, o un secuestrador.
Aunque ahora que lo pensaba bien…
Su rostro se iluminó. ¡Claro!
Rubén tenía pareja.
Su Otaku apestoso.
Tenía pareja.
¡Dios mío, tiene una nuera! ¡O mejor aún! ¡Un yerno!
—Mamá, voy a salir…
Rubén se quedó callado, al ver lo que estaba haciendo su madre.
