Capítulo 22. Lo que no sabes de tu padre

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Posó la mano derecha sobre su cabeza, hundiendo los dedos en sus mechones naranjas, despacio. Hinata era cálido, hasta el último pelo naranja y loco. Eso no era ninguna novedad. Siempre lo fue, pero antes no podía tomarse el lujo de tocarle sin prisa. Sonrió un poco para sí, observando su movimiento desde arriba. Hinata se apretujó contra sus brazos, giró la cara sin abrir los ojos. Kageyama se fijó en su nariz, pequeñita y pecosa. Linda. Probablemente no le gustaría que se lo dijese. Tampoco conocería las palabras correctas para hacerlo. Dejó que los dedos se moviesen por su cabello, lentos, acariciándolo con mimo, trazando formas aleatorias.

MmmyamaKageyama sonrió más, se mordió la punta de la lengua mientras sus dedos volvían a moverse, repitiendo la caricia— ¿...hora?

—Tarde —murmuró, deteniéndose en un enredo naranja y usando dos dedos para deshacerlo. Hinata ronroneó como un gato—. ¿Has cenado?

Mmno.

—Ve a la cama. Te llevo la leche.

—¿A tu cama? —Hinata seguía con los ojos cerrados. Kageyama detuvo la caricia, sin alejar la mano.

—Sí. Si quieres.

—¿Tú quieres? —susurró, todavía con la voz de estar medio dormido. Kageyama se humedeció los labios, mientras Hinata, buscando más caricias, movía la cabeza hacia su mano. Le recompensó con un gesto más amplio, un recorrido que incluía su ceja y un poquito de su mejilla, para acabar en su oreja, sobre el piercing. Tenía algo con ese maldito pendiente—. Pensé que me odiabas un poquito.

—Qué dices.

—Ya sabes —murmuró—. Novios que me duran un polvo.

Todavía tenía los ojos cerrados. El microondas pitó avisando de que la leche ya estaba caliente, pero Kageyama no se movió.

—Lo siento.

—Da igual —Hinata abrió los ojos y se incorporó. La mano de Kageyama cayó desde su cabello hasta su hombro—. Es la verdad. Además, ¿qué has hecho? ¿Me has pedido perdón de verdad, tú?

—Calla, idiota. Vete a la cama.

—¿Vas a contarme qué pasó con Yamagawa?

—Sí.

—¿Ahora?

—Cuando te metas en la cama y te comas los cereales.

Hinata rió un poco, mirándolo desde abajo. Su risa tenía algo de primavera, un ejército de flores atrapado en su garganta. Kageyama había perdido el control de sus sentimientos, lo sabía. Se había roto la presa y el agua salía por todas partes.

—Bueno, vale. Pero antes quiero mi beso.

—Qué beso.

—El de reconciliación —dijo, levantando las cejas con su mejor gesto angelical—. Me has pedido perdón. Ahora bésame como si tuvieses miedo de perderme para siempre, o algo.

—Tienes que dejar los manga shojo.

—Vamos, Tobio —susurró, cogiéndole de la camiseta y tirando un poquito hacia abajo. Kageyama tenía que controlar la respiración para no derretirse como un helado en pleno verano, sólo con el sonido de su nombre en sus labios—. Si lo haces bien, tal vez te perdone. Si no pues ya sabes, tendré que buscarme otro novio. Tal vez el siguiente me dure dos polvos, o a lo mejor él no-

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Where stories live. Discover now