Tormenta en el corazón

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Aunque las cápsulas sí incrementaban la duración del lapso en que podía permanecer dormido, las alucinaciones nocturnas se negaban a desaparecer. Muy a menudo se le presentaba el asustado rostro de la desdichada señora que había fallecido arrollada por su auto. En otras ocasiones, veía la amplia sonrisa de Adriana, quien lo miraba con desprecio mientras abrazaba a un tipo desconocido que se mostraba tan risueño como ella lo estaba. Pero la imagen que más lo atormentaba era la de verse a sí mismo en el interior de un lóbrego pozo de gran profundidad, en medio de una furiosa tormenta. No había puertas, pasadizos, escaleras o cuerdas de donde sujetarse en ninguna de las paredes. Sin importar cuántas veces clamase por ayuda, nadie atendía su desesperado llamado. Se desgañitaba y lloraba al mismo tiempo, mas no había ninguna persona que se compadeciera de él. El potente retumbo de un trueno a escasos metros de distancia era el preludio de su terrible despertar. Un copioso baño de sudor frío y una punzante sensación en mitad de su pecho le daban la bienvenida al mundo real entre las tres y las cuatro de la madrugada día tras día.

Cuando llegó el momento de retirar la medicación, la señora Pellegrini tenía instrucciones previas de suministrarle un placebo a su hijo, para que así el organismo de este no percibiese el cambio de manera inmediata. Así lo hizo ella y, para su sorpresa, el joven logró quedarse dormido a las diez de la noche en punto. Luego de ello, transcurrieron casi dos horas de completa tranquilidad. Al no escuchar quejidos ni ruidos extraños provenientes de la habitación del enfermo, la mujer se retiró hacia su recámara para descansar. No podría ser de utilidad para su muchacho si no recuperaba sus fuerzas. Se enjuagó la cara con agua tibia y se puso una larga bata de lana. Estaba tan cansada que, en cuanto se tumbó sobre su cama, fue envuelta por los brazos de Morfeo al instante.

Poco después de que las manecillas del reloj marcasen la medianoche, un dulce sonido melancólico a lo lejos expulsó a Darren del plano onírico. Al principio le costó identificar cuál había sido la causa de su repentino despertar, dado que no estaba sobresaltado ni sudoroso, como le sucedía la mayoría de las veces al concluir alguna de sus tantas pesadillas. Tras bostezar y frotarse los ojos, su cerebro por fin se despabiló. Fue entonces cuando sus oídos detectaron con claridad una agradable melodía producida por las cuerdas de un violín. No podía saber si se trataba de una grabación o si alguna persona estaba tocando en ese preciso momento. Pero sí sabía que los acordes que estaba escuchando no se asemejaban a ningún arreglo musical popular. Al ser parte del mundo de la composición, estaba muy familiarizado con un amplísimo repertorio de melodías clásicas y contemporáneas para toda clase de instrumentos. Esa música que oía era completamente nueva para él, así que enfocó toda su atención en el sublime sonido de aquel violín. Deseaba conocer a fondo esa melodía tan hermosa y tan triste a la vez.

Después de unos quince minutos, la bella creación musical con la que el joven se había estado deleitando se detuvo. Un indescriptible vacío en la boca del estómago lo invadió en cuanto entendió que ya no habría más música para sus oídos durante esa noche. No fue sino hasta ese preciso instante en que el chico se dio cuenta de que sus ojos habían derramado varias lágrimas de forma involuntaria. Sin embargo, aquellas gotas que habían humedecido su pálida piel en esa ocasión no nacieron de la tristeza o la frustración. Era la primera vez desde hacía muchos días en que su cuerpo experimentaba una sensación distinta. Cuatro cuerdas y un arco en las manos de algún virtuoso habían logrado conmoverlo hasta el tuétano. Su llanto se debía a la gran alegría que solo puede producir el acto de compartir sentimientos a través de una melodía que ha salido desde las profundidades de un alma multicolor.

Las restantes horas de esa noche transcurrieron sin inquietud alguna para Darren. Durmió en paz y no se despertó hasta las ocho de la mañana, en cuanto escuchó los suaves pasos de su madre muy cerca de él.

—¡Buenos días, mamá! ¿Cómo estás? —dijo el muchacho, esbozando una cálida sonrisa de oreja a oreja.

—¡Buenos días, cariño! —contestó la dama, devolviéndole la sonrisa.

La quijada de la mujer casi le rozaba las rodillas debido al asombro. No podía creer que fuese cierto lo que estaba viendo y escuchando. "¡Mi hijito está volviendo a sonreír! ¡Bendito sea Dios!", monologaba ella para sus adentros.

—¿Crees que hoy puedas llevarme un rato al parque? Me gustaría recibir un poco de sol.

—¡Por supuesto que sí, querido! ¡Lo haré con mucho gusto! Te llevaré tan pronto como hayas terminado de comerte tu desayuno. Vuelvo enseguida.

Doña Matilde salió del cuarto casi extática. Tuvo que contenerse para no comenzar a gritar como loca. "No sé qué pasó anoche con mi Darren, pero no me importa lo que haya sido, ¡es maravilloso!", susurraba la mujer, al tiempo que preparaba una ensalada de frutas y un pote de avena con leche y miel para quien era la luz de su vida.

El joven tampoco podía explicar de dónde provenía el raro impulso que había generado en él aquel repentino deseo de salir de la habitación e irse a visitar un sitio concurrido. Lo único que él sí sabía a ciencia cierta era que los densos nubarrones negros de la tormenta en su corazón ya habían comenzado a disiparse...


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Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now