Ser coaccionada por demonios era inquietante, pasar por el purgatorio fue horrible, pero sin duda, poner los pies en el infierno no tenía paralelo con absolutamente nada de este mundo.

Los demonios en sus automóviles y motos comenzaron a alejarse de la casa. Jan tuvo que esperar a que los demás vehículos salieran para luego girar por la explanada. Aproveché su demora, para desprenderme de las manos de Sofía y Kumiko, supongo que me dejaron ir porque yo no tenía ninguna oportunidad de alcanzarlos. Corrí detrás del automóvil rojo hasta que éste atravesó la verja. Desde la loma me quedé petrificada viendo al mundo cerrarse detrás de ese pesado portón de hierro que yo había escalado una vez.

No podía siquiera pensar en la posibilidad de no volver a verlo nunca más.

El silencio me envenenaba de a poco, el miedo me carcomía por dentro, de mí no quedaría más que un envase endeble e inservible.

El sol caía, la noche se nos venía encima. Ni Diogo, ni Sofía, ni Kumiko se preocuparon por encender alguna luz, ellos no la necesitaban para ver en la oscuridad, y yo no tenía nada que ver.

Subí los pies al sillón y me abrasé las piernas, la casa de repente se había vuelto muy fría. Recosté el peso de mi cabeza sobre las rodillas. Mis ojos se posaron sobre los tres celulares que descansaban sobre la mesa. Mudos, así estaban. Habían pasado dos horas y no teníamos ninguna noticia; nada, cero, todos podían estar muertos ya.

Los párpados me cayeron pesados. Me agarré la cabeza y lo llamé en susurros, escondiéndome dentro de la bola que formé con mi espalda y piernas.

Mi susurro, completamente audible para cualquier demonio, desencadenó la primera reacción de la noche.

- Voy a llamar a Julián- lanzó Sofía levantándose de su sitio. Llegó hasta la mesa, alcanzó a tomar el celular, pero no pudo hacer más que eso.

- No es buena ida-. Diogo la frenó encerrando su mano en la de él-. Es peligroso.

- No puedo seguir esperando.

- No nos queda otra opción.

- Tengo qué saber lo que está sucediendo.

- Si no sabes nada probablemente sea porque aún no ha sucedido nada.

- Ya no soporto quedarme aquí encerrada- exclamó Sofía.

Somos dos- pensé.

- Nos comprometimos a cuidar de Eliza.

Kumiko se puso de pie. - Ya llamarán- le aseguró a Sofía intentando tranquilizarla.

- Tendrían que haber esperado a que Ciro llegase. No fue buena idea- añadió con voz estrangulada. Los ojos de Sofía irradiaban miedo.

- Esperaremos una hora más- comenzó a decir Diogo al tiempo que le sacaba el celular de las manos-, sino tenemos noticias para entonces, llamaré a Ciro, y juntos tomaremos nuevas decisiones sobre qué camino seguir.

- Para entonces podría ser muy tarde-. Sacudió la cabeza-. No quiero perder a mi hermano.

Sofía se desmoronó. Diogo la abrazó y Kumiko descansó su cabeza sobre ellos.

Me sentí como una intrusa, la intrusa responsable. Me bajé del sillón y salí corriendo al baño. Azoté la puerta detrás de mí y resbalé con la espalda por su superficie.

Un poco de luz entraba por el paño de vidrio que iba del piso al techo pero finalmente, la luz se extinguió.

Al poco rato, llamaron a la puerta.

- Eliza, ven a la cocina, te prepararé algo de comer.

Era la voz de Diogo.

- No tengo apetito.

- No importa, deja que te cuide como acostumbro cuidar de los demás-. Pausa-. Vamos, sal de ahí, la soledad no siempre es buena concejera- llamó suavemente otra vez-. ¿Por favor?

No me convenció con la comida, sino con permitirle intentar seguir con el ritmo de su hogar. Más de media familia hallaba fuera de casa y existía la posibilidad de que no pudiesen regresar.

- La pasta ya está en el agua- fue lo primero que me dijo después de sonreírme, en cuanto abrí la puerta.

Con calma, caminamos hasta la cocina.

Las luces de debajo de las alacenas, eran la única fuente de iluminación utilizada.

Diogo decía la verdad, sobre una de las hornallas, hervía una cacerola llena de agua que Sofía removió con un largo tenedor para pasta.

- La cena estará lista en un momento- me informó Kumiko apartando la sartén con la salsa, del fuego.

La mesa ya lista, con sitio para cuatro.

Cuando Sofía se dio vuelta para ocuparse de la pasta, vi que llevaba su celular metido en uno de los bolsillos traseros de sus pantalones de jean. Un celular, que no fue el de ella, sonó. Los cuatro dimos un salto.

- Gaspar.

Cuando me di vuelta Diogo ya tenía el celular pegado a la oreja.

Automáticamente se me puso la piel de gallina.

- ¿Qué?- jadeó al teléfono.

Se me aflojaron las rodillas cuando Diogo dirigió sus oscuros ojos a mí. Sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo.

- Encuéntralo- le pidió Diogo a Gaspar.

- ¿Está vivo? ¡Dime que está bien! ¡Vicente tiene que estar bien!-. Una vez que comencé a gritar, ya no pude parar. Sofía me agarró por la cintura-. No puede morir, Vicente no puede morir. ¡Díganme que van a encontrarlo! ¡Prométanme que lo harán!

Mirándome de reojo, Diogo le dijo a Gaspar que él se ocuparía, ¿de qué?, me pregunté.

Diogo se guardó el celular en el bolsillo.

- No está muerto, solo desaparecido. Los atacaron, a Jan y a él; todos están buscándolos. Las cosas salieron mal, muy mal.

- ¿Quién los atacó?- chillé desesperada. El mundo se estaba terminando. El fin de los tiempos, pensé; hasta aquí llegamos.

- Tenemos que sacarla de aquí- les dijo a Sofía y a Kumiko-. Gaspar cree que viene directo hacia aquí; es demasiado fuerte. No podremos pararlo si nos ataca.

Kumiko y Sofía se miraron.

- A dónde iremos- preguntó Sofía.

- Gaspar quiere que nos reunamos con él, todavía no hemos acordado un sitio, me llamará en un par de minutos, lo importante es que salgamos de aquí cuanto antes.

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".Место, где живут истории. Откройте их для себя